
A veces, lo mejor para viajar no es una agencia de turismo, sino una orden de compra del Estado. Mauricio Yaffaldano, esa voz que en los pasillos oficiales se escucha más como sentencia que como argumento, salió a declarar —sin sonrojarse— que no existen sobreprecios en las facturaciones del camaleónico Camilo Urrijola. Todo en orden. Pulcro. Transparente. Un himno a la administración eficiente… hasta que uno se pone a leer la letra chica de este ticket. Hubiera sido importante que se pueda interpelar al intendente, para que todas las cosas queden en la luz. Se negaron a darle explicaciones a los vecinos, quienes son los que ponen su dinero en esta farsa.
El viaje a Mercedes (no, no es a Alemania, es a la ciudad de la provincia de Buenos Aires) costó la módica suma de $613.000. ¿Iban en un unicornio blindado? ¿Los esperó el Papa en Plaza San Martín? ¿La combi traía alfombra roja y minibar con champagne? Nada de eso: fueron y esperaron tres horas. Eso sí, la factura llegó con la potencia de un jet privado y la lógica de una comedia de stand up.
Empresarios locales del transporte —esos que hacen viajes similares, pero sin intervención celestial— confirmaron que ese recorrido, con espera incluida, ronda los $250.000. Una empresa de combis porteña fue más específica aún: el servicio completo, ida, vuelta y espera, no llega a $400.000. Pero claro, ninguno de ellos tiene la bendición municipal ni la calculadora mágica con la que algunos le suman ceros a la transparencia.
Y acá es donde la ironía se viste de ley: según la Resolución 1122, el valor de referencia por kilómetro es de $229. Con esa tarifa, para llegar a $613.000 habría que haber viajado a la estratósfera, o al menos haber dado unas seis vueltas por el conurbano, escoltados por dragones. Si tomamos la tarifa de taxi bonaerense de abril 2025 —$437.48 el kilómetro—, el monto sigue sin cerrar, salvo que la espera incluyera masajes con piedras calientes y una función de Les Luthiers.
Pero no: Yaffaldano insiste. Como quien niega la lluvia bajo el paraguas, se planta en su “no hubo sobreprecios”, aunque los números le griten desde la factura como un testigo incómodo.
Lo más poético de todo es que el viaje fue a Mercedes. Ironía geográfica si las hay, porque con ese presupuesto, podrían haber comprado una Mercedes-Benz.
Mientras tanto, los contribuyentes en Bragado no tienen ni colectivo, preguntándose si también se puede facturar la espera en la parada.