
Fernando Neri compartió en redes sociales una reflexión que incomoda pero interpela: “Silencio para lo local, voz para Cristina”.
En ese breve título encapsuló una verdad que pesa sobre la gestión del intendente Sergio Barenghi.
Mientras el municipio atraviesa cuestionamientos serios por contrataciones millonarias concentradas en un solo proveedor, el jefe comunal elige el mutismo. La única aparición pública reciente fue en clave partidaria, expresando su apoyo a Cristina Fernández de Kirchner. Nada se dijo sobre la denuncia.
Nada sobre el uso de los recursos públicos. Nada sobre lo que verdaderamente le importa hoy a los vecinos de Bragado.
Este comportamiento evidencia una concepción equivocada del rol del Estado y del poder local. El intendente no gobierna para una jefatura política ni representa un culto ideológico: su responsabilidad es con los ciudadanos, con sus problemas concretos, y con la obligación de rendir cuentas. El silencio institucional frente a una situación tan delicada como la del llamado “súper proveedor” no es una estrategia: es una renuncia al deber.
Tampoco hubo respuestas cuando, meses atrás, la secretaria de Desarrollo Social renunció denunciando hechos graves dentro del entorno municipal. Fue un episodio que merecía una reacción seria, institucional, no un pase de página como si nada hubiera ocurrido. En cualquier democracia madura, los funcionarios deben dar explicaciones, no esconderse detrás del relato ni de estructuras partidarias.
Como bien escribió Neri, no se trata de discutir ideologías. Ni de Cristina, ni del radicalismo, ni del Frente de Todos. Se trata de algo más profundo y más urgente: la integridad de la gestión pública, la transparencia de las decisiones y el respeto a las instituciones. Bragado no necesita dirigentes recitando discursos nacionales. Necesita un gobierno que escuche, que esté presente, que gestione. El Estado no está para proteger lealtades, sino para proteger derechos. Y eso incluye el derecho a saber qué se hace con el dinero de todos.
Estamos a tiempo de corregir el rumbo. Pero eso exige asumir que gobernar es algo más que ocupar un cargo: es representar, es responder, es respetar la voz de la comunidad. Y ese respeto comienza —siempre— por estar presente, sobre todo cuando se exige claridad, liderazgo y credibilidad.