
Y sucedió en los días del quinto mes, cuando la peste del humo se confundía con la del desgobierno,
que se alzó el clamor de los justos en el recinto del Concejo, y tres rollos sellados fueron desatados como en los tiempos antiguos.
Y he aquí que Marini, el del veto eterno, no se hallaba entre los presentes.
Su silla quedó vacía, y su palabra no interrumpió, como quien no detiene el río que baja con fuerza desde la sierra.
«¡Gloria al ausente!», clamaron algunos.
«¡Silencio del obstructor!», corearon otros,
y los escribas del Concejo, con tinta fervorosa, pasaron a despacho lo que por meses fue vedado.
1. El Cántico de los Trabajadores
Y se leyó el primer rollo, que hablaba de los trabajadores del pueblo de Eduardo O’Brien, quienes en la Unidad Sanitaria alzaron su voz por el pan y la dignidad.
Pero el Ejecutivo, endurecido como el barro cocido del horno, quiso castigarlos, ignorando las escrituras sagradas del artículo 14 bis y del 39, donde se dice: “No castigarás al que lucha por justicia, ni harás del reclamo un delito.”
Entonces el Concejo, en voz firme, escribió:
«Manifestamos la más enérgica preocupación por las represalias.
No se persigue al que clama pan, se escucha.»
Y el pueblo murmuró en aprobación.
2. El Decreto de los Vehículos Errantes
Y luego se abrió el segundo rollo, el de los carros de fuego sin destino claro, el Chevrolet de Escalada y Maroni, y el Toyota de la 9 de Julio, vehículos del Estado, pero que parecían del uso del faraón o de sus profetas más fieles.
«¿Quién usa los bienes del pueblo como si fueran propios?»,
preguntó un sabio.
«¿Dónde está el acto administrativo que lo permita?»,
inquirió otro.
Y se decretó que el Ejecutivo debía responder,
y no con evasivas como el humo del basural,
sino con papeles, sellos y actos firmes como piedra sobre piedra.
3. La Profecía de la Ética Olvidada
El tercer rollo era el más antiguo de todos,
escrito desde los tiempos de la reforma del ’94,
cuando los pueblos soñaban con gobiernos transparentes.
Pero la provincia no dio Ley, y el Municipio vivía en la penumbra.
Entonces se propuso una Ordenanza para traer claridad,
con principios rectores, deberes, prohibiciones,
y el mandato indiscutido : “No usarás los bienes del pueblo para tus fines.”
Y así se pronunció el Concejo:
«Adherimos a la ética. Rechazamos la opacidad.
Y declaramos que quien gobierne, lo haga con los ojos del pueblo sobre él.»
Y el Pueblo se pregunta:
¿Seguirá Marini ausente, como el centinela que duerme?
¿Responderá el Ejecutivo, o se ocultará tras los pliegos del desinterés?
¿Podrán florecer los principios en tierra de basura?
Y se cerró el capítulo con estas palabras:
«Salud a los que limpian, porque de ellos será la ciudad sin humo.»
«Salud a los que preguntan, porque ninguna camioneta quedará sin rendición.»
«Salud a los que luchan, porque su reclamo será ley.»
Amén. (pero del de verdad, no del otro)