
Por Sebastián Pérez – Abogado (UBA) y Presidente del Club Juventus Juniors
Hoy me llegó el pedido de la policía para el partido del lunes a las 20 hs contra El Verde, y pedían ¡OCHO! efectivos, con un costo superior a $300.000.
Al consultar al comisario Figueroa, me indicó que era “para garantizar la seguridad”, junto con las respuestas genéricas que todos conocemos. Cuando le recordé que históricamente en Bragado esos encuentros se cubrían con cuatro policías, me argumentó que, en un partido que se jugó al mismo tiempo en que los clubes manteníamos una reunión con él, le habían pegado a un árbitro, por lo cual ahora el operativo debía duplicarse y —según agregó— incluso está evaluando aumentarlo. Sin embargo, quienes formamos parte del fútbol local sabemos que la norma en Bragado es otra, y que no puede aplicarse un criterio de excepción como si fuera la regla general.
Más allá de la anécdota, este hecho revela un problema más profundo: la falta de criterio jurídico y de proporcionalidad en la aplicación de las medidas de seguridad para espectáculos deportivos.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación se ha pronunciado en reiteradas oportunidades sobre esta cuestión. En el fallo “Di Prisco, José María y otros c/ Club Gimnasia y Esgrima de La Plata” (24/03/1994), el Tribunal sostuvo que los organizadores tienen una obligación de seguridad razonable, no absoluta, y que debe evaluarse conforme al riesgo y la magnitud del evento. Ese criterio fue luego ratificado en “Mosca, Hugo Alberto c/ Provincia de Buenos Aires” (2007), donde la Corte estableció que el Estado también es responsable cuando su intervención es deficiente o desproporcionada —cabe aclarar que en ese caso fue afuera del estadio el problema—, y en “Aguirre, José Luis c/ Club Atlético Boca Juniors” (2008), que reafirmó que el deber de seguridad no implica desplegar medidas irracionales o imposibles, sino previsibles y adecuadas al contexto.
En Bragado, lamentablemente, la aplicación de esta doctrina parece inexistente. Cada partido se transforma en una pérdida económica para los clubes, que sostenemos la competencia con esfuerzo, sin apoyo y con decisiones que más parecen castigos que prevenciones.
A esto se suma que el Complejo Municipal lleva más de once meses cerrado, sin explicación clara ni avances concretos, obligando a las instituciones a alquilar canchas para poder jugar. No tener cancha propia nos complica, claro, pero poder hacer todo lo que hicimos nos llena de orgullo. Refundar un club no es cosa de un día para el otro, y que sepan que, en un futuro mediato, Juventus Juniors va a tener su propia cancha.
La Liga Bragadense de Fútbol, encabezada por su recientemente reelecto presidente —quien ganó la elección “16 a 2” (¿les suena parecido a alguna institución deportiva nacional tanta adhesión mientras la estructura se cae a pedazos?)—, tampoco está a la altura de las circunstancias. En lugar de defender a los clubes que la integran, elige mirar para otro lado. Su función no es celebrar resultados internos, sino representar y proteger a quienes hacen posible el fútbol local.
El Municipio, por su parte, también tiene una cuota de responsabilidad. En tiempos de campaña política abundan las visitas, promesas y fotos en los clubes. Se prometen obras, se regalan terrenos, se anuncian aportes que “ya están aprobados”… pero luego nadie rinde cuentas ni cumple. Y cuando el momento de acompañar llega —como ahora, ante un operativo policial absurdo o un complejo deportivo cerrado—, el Estado desaparece.
El derecho es claro: la seguridad en los espectáculos deportivos es una obligación compartida entre clubes, fuerzas y Estado. Pero cuando el Estado y la Liga se desentienden, todo el peso recae en los mismos de siempre: los clubes de barrio.
Aun así, no todo es desamparo. Por eso quiero agradecer públicamente a Bragado Club, que nos presta su cancha sin costo, haciendo que al menos esta fecha el gasto sea un poco más liviano. Ese gesto de solidaridad genuina vale más que cualquier discurso vacío.
La Corte Suprema ya resolvió hace treinta años cómo debe entenderse la responsabilidad en el deporte. Lo que falta hoy no es doctrina, sino voluntad, gestión y coherencia.
Porque los clubes de barrio no somos el problema: somos los que seguimos jugando, aun cuando todos los demás dejaron de hacerlo.


