

El pasado 13 de octubre se conmemoró en Argentina el Día del Psicólogo, fecha establecida en recuerdo del Primer Encuentro Nacional de Psicólogos y Estudiantes realizado entre el 11 y el 13 de octubre de 1974. Aquella reunión fundacional debatió los cimientos de la profesión: la identidad del psicólogo, su formación académica, su rol social y la defensa de la práctica profesional. En aquellos años, los psicólogos podían ejercer únicamente bajo la supervisión de un psiquiatra. Medio siglo después, el campo ha cambiado profundamente —y la sociedad también.
En Bragado, la fecha fue motivo de reflexión. La licenciada Andrea Cantera, perito psicóloga del Juzgado de Paz local desde hace diez años, conversó con este medio sobre su recorrido profesional, la evolución del rol del psicólogo y las tensiones actuales en el entramado social.
“Ha sido un recorrido muy gratificante —afirma—. Pasé muchos años en el servicio de salud mental, luego con adolescentes y adultos. Al principio trabajaba con niños. El tiempo fue cambiando, y así como cambia la cultura, también cambia la forma de presentación de los síntomas. Hoy hay más conciencia sobre la importancia de hacer consultas. Antes era mal visto ir al psicólogo, ahora es cotidiano escuchar: ‘¿cómo, vos no vas a terapia?’ Se ha trabajado mucho para lograr eso”.
Canteras reconoce que los tiempos actuales son vertiginosos, y que las relaciones humanas atraviesan una crisis de encuentro.
“Estamos en tiempos revueltos. Los tejidos sociales están flojos, vivimos en la inmediatez y el apuro, se pierden los tiempos de encuentro entre las personas. Veo más vulnerables a los chicos y adolescentes. La pandemia tuvo mucho que ver: el aislamiento fue sumamente nocivo para la salud mental, y hoy vemos sus efectos”.
La profesional subraya que el acceso a la atención sigue siendo un desafío estructural:
“Cuando alguien pide un espacio de consulta, tanto en el ámbito público como privado, no siempre hay respuesta inmediata, y eso es un problema. El buen uso de la tecnología ha ayudado, pero también nos ha alejado del cara a cara. Hasta la forma de comunicarnos ha cambiado: usamos un emoji, reemplaza una palabra”.
A nivel local, el panorama es similar al del resto del país.
“Hay mucha demanda de consulta. Aparecen nuevas formas de malestar: poca tolerancia a la frustración, dificultad para esperar, reacciones impulsivas ante el enojo. Si me preguntan si volvería a elegir esta profesión, la elegiría mil veces. Poder dar alivio al sufrimiento humano es realmente gratificante, aunque no es una tarea simple. Los síntomas son complejos y las respuestas no son inmediatas. Es un trabajo artesanal, el del analista”.
Canteras también enfatiza la necesidad del trabajo comunitario y de políticas públicas integrales:
“No todo se resuelve dentro del consultorio. Hay que apostar a lo comunitario, a los barrios, los clubes, los lugares que frecuentan los chicos y adolescentes. Hace falta gente especializada: enfermeros, acompañantes terapéuticos, asistentes sociales. Hay mucha demanda, y además de asistir, hay que poder alojar a las personas”.
Desde hace una década, la licenciada se desempeña en el ámbito judicial, un espacio donde las problemáticas familiares y de violencia exigen una escucha diferente.
“En el Juzgado de Paz trabajamos en temas de familia y violencia. En familia se abordan regímenes de comunicación, pedidos de cuidado personal; en violencia, recibimos y evaluamos denuncias. En estos diez años se refleja claramente cómo está el tejido social, los lazos familiares, qué pasa con los adolescentes, si están o no acompañados. Cada caso tiene su singularidad. Hay vínculos rotos, lazos frágiles, tiempos difíciles”.
El trabajo interdisciplinario —dice— es clave para los abordajes complejos.
“Se debe trabajar en equipo. Es necesaria la prevención, estar cerca y aportar desde donde se pueda. Las asistentes sociales de los barrios saben lo que pasa. Todos somos importantes: desde lo público, lo privado, las salitas o el juzgado. Hace poco trabajamos con la licenciada Alicia Lacuzzi, quien nos ayudó a seguir haciéndonos preguntas en esta tarea que no es nada fácil”.
Sobre la ética profesional, Cantera es categórica:
“Cuando nos recibimos, hacemos un juramento. La ética es fundamental. Pensar siempre en el sufrimiento del otro y desde qué lugar se lo puede ayudar. También es esencial sostenernos en nuestro propio análisis; lo que no trabajamos en nosotros puede ser un obstáculo con el paciente. La supervisión y la formación permanente son indispensables”.
Finalmente, reflexiona sobre el vínculo familiar en tiempos de crisis:
“Los problemas de familia son diversos. Falta tiempo para escucharse y respetarse en las diferencias. Los vínculos son frágiles, poco consistentes. Los niños sufren, y aunque con los años comprendan, el malestar deja huellas. A veces quedan en el medio, como si fueran un trofeo. Pero los chicos no deben participar en las reyertas de los adultos. No tienen por qué cargar con eso”.
El testimonio de Andrea Cantera es, en definitiva, un retrato del oficio de escuchar en una época de ruido, donde los psicólogos —como ella misma dice— “siguen apostando a aliviar el sufrimiento humano, en tiempos revueltos y lazos frágiles”.
