

En este último tiempo, en toda América Latina y el Caribe se han realizado diversos estudios y pruebas para evaluar la calidad educativa de distintas instituciones de educación superior.
A quienes formamos parte de la UBA, todos estos procesos nos llenan de orgullo —sean alumnos, docentes, personal no docente o todas las personas que, de una manera u otra, integran la institución—.
Esto se debe a que los estudios realizados han demostrado que la UBA es la mejor institución educativa de nivel superior del país y la única universidad argentina que figura en el top 20.
Estas investigaciones buscan reunir y evaluar los campos disciplinarios más sobresalientes e influyentes de la educación superior de 491 universidades de 26 países de la región.
También se ha establecido que la UBA ocupa el segundo puesto en los diversos indicadores de reputación académica y de empleabilidad, y el octavo lugar a nivel mundial en la Red Internacional de Investigación (IRN – International Research Network). Este último dato demuestra que la UBA es la institución argentina con mayor cantidad de colaboraciones internacionales en materia de investigación.
En un contexto donde todo lo que pertenece al Estado está siendo desfinanciado y maltratado, y donde se construyen relatos fantasiosos que acusan a lo público de corrupción o ineficiencia, la UBA se mantiene como un faro de la educación, mostrando con hechos su valor y utilidad.
Asimismo, estos resultados evidencian que las auditorías existen y son firmadas por los organismos competentes, aunque algunos prefieran no leerlas y se limiten a buscar sobreprecios para sostener una cadena de sospechas tan obvia como infundada.
Como parte de la UBA —siendo adscripto y miembro de un proyecto de investigación, además de alumno— puedo dar fe de que el dinero que (supuestamente) “le sacan a los pobres para que estudien los ricos”, como repite cierto comité de trolls oficialistas, está muy bien invertido en las áreas correspondientes.
Atacar a los profesores que forman a futuros profesionales es un golpe bajo, no solo contra la educación sino contra lo que nos define como nación: una luz en este sistema interconectado, una luz que nos ha hecho grandes.
Nuestro sistema de educación superior, gratuito, público y de calidad, demuestra que lo público sirve, que construye generaciones de docentes e investigadores que honran el legado de este templo del saber y que orientan la exigencia de que el desfinanciamiento actual es, en el mejor de los casos, inútil.
Más allá de las discrepancias políticas o partidarias, determinadas instituciones públicas deben sostenerse como antorchas, no teñirse de sospechas ni ser objeto de insultos.
Todos los resultados expuestos muestran el reconocimiento mundial del sistema de educación superior argentino, fruto del compromiso de toda la comunidad que conforma la UBA, y que impulsa el desarrollo de la ciencia y de la educación pública de calidad.
Si como sociedad sostenemos la ciencia, la educación y la universidad pública, podremos mantener la excelencia académica que hoy nos llena de orgullo.
Como corolario de esta reflexión, debemos seguir posicionando a la UBA en la vanguardia del conocimiento, la investigación y la formación superior, porque defender la universidad pública es defender el futuro.
