

“Divide y reinarás”, aconsejaba Maquiavelo. En Bragado parece que alguien leyó la frase a medias: dividir, se divide; reinar, lo que se dice reinar… es otro cantar.
El peronismo bragadense, que alguna vez supo ser un músculo político con fuerza arrolladora, hoy luce más como un rompecabezas en el que cada pieza se niega a encajar. El principal arquitecto de esta fragmentación es el propio intendente Sergio Barenghi, quien tras ganar las elecciones decidió actuar bajo la lógica del “yo triunfé solo”, una especie de individualismo ruidoso en un movimiento que nació, justamente, de lo colectivo.
El reparto de cargos fue más parecido a un experimento de sociología política que a una estrategia de gobierno: secretarías entregadas a Dario Duretti, la coordinación municipal en manos de Jorgelina Moreno, exfundadora del espacio que llevó al radical Gatica a la intendencia, y un lugar destacado para Alexis Camus, referente de Cambiemos durante ocho años. Para completar el cuadro, su propio hijo, Juan Manuel Barenghi, que en un rapto de sinceridad juvenil declaró que el peronismo era una “política vieja y terminada”, se calzó una secretaría. Como decía Aristóteles, “la política no crea al hombre, lo revela”; y en Bragado las revelaciones parecen llegar sin disimulo.
Los peronistas de a pie, esos que siguen organizando actos, militando en barrios y soportando sueldos bajos, ven cómo el intendente abraza a exsocios del PRO mientras el PJ local languidece, casi invisible. No sorprende, entonces, que el malestar sindical y laboral sea otro foco de grieta. El maltrato a empleados municipales y la indiferencia hacia los sectores más vulnerables hacen hervir la sangre de quienes todavía hablan de justicia social sin ironía. La épica se diluye cuando la realidad golpea el bolsillo, y esa contradicción erosiona cualquier relato de unidad.
Por si fuera poco, la relación con Duretti —ese socio que primero fue aliado indispensable y ahora suena a problema inevitable— cruje cada vez más. Mientras uno prepara el lanzamiento de Fuerza Patria, el otro trata de acercarse a sectores renovadores y a peronistas postergados que ya no saben si creerle o simplemente esperar el derrumbe. En política no hay vacío: cuando un espacio se fragmenta, otro se acomoda para ocupar el lugar.
En este contexto, Barenghi enfrenta octubre con el mismo nerviosismo con que un náufrago mira un salvavidas agujereado. La oposición ya tiene mayoría en el Concejo Deliberante y el intendente sabe que, sin una victoria electoral local, la legitimidad de su gobierno quedará tan debilitada como las paredes de su propio espacio político.
Decía Nietzsche que “lo que se hace por amor se hace siempre más allá del bien y del mal”. En Bragado, sin embargo, parece que la política se hace más allá de la memoria y de la lealtad. Y si el peronismo fue alguna vez el arte de lo posible, hoy corre el riesgo de convertirse en la caricatura de lo imposible.
