
Asamblea General de la ONU

El planeta está reunido otra vez en Nueva York. Discursos maratónicos, banderas de todos los colores, delegaciones diplomáticas que simulan estar cambiando el rumbo del mundo mientras en realidad repiten viejos guiones. La Asamblea General de la ONU de este año no escapa a la regla: Gaza, Israel y Palestina dominan casi todas las intervenciones.
Más del 80 % de los Estados miembros promueven el reconocimiento de un “Estado palestino” como respuesta política a la guerra en Gaza, lo que en los hechos suena menos a una solución que a un premio consuelo al terrorismo después del 7 de octubre de 2023. En aquel día, Hamas perpetró la mayor masacre de judíos desde el Holocausto. Sin embargo, aquí estamos, escuchando a gobiernos europeos y americanos —Francia, España, Canadá, Reino Unido— hablar de autodeterminación palestina mientras Israel recibe una lluvia de acusaciones —De acusaciones y de misiles, drones y cohetes… Más de 26.000 desde el 7/10 desde Gaza, Líbano, Irán, Yemen y Siria—.
Casi todos los discursos han tenido un denominador común: la condena a Israel. La palabra “genocidio” ha flotado en el aire como mantra, mientras los oradores compiten en indignación selectiva. Y cuando el primer ministro israelí subió al estrado, gran parte de la Asamblea decidió levantarse y marcharse: un desplante que vale más que mil discursos, un acto de antisemitismo diplomático en vivo y en directo.
Entre las excepciones, la más sorprendente fue Indonesia. Sí, Indonesia: el país musulmán más grande del planeta, que en un emotivo discurso recordó que Israel también tiene derecho a existir y defenderse. Un oasis de cordura en medio del linchamiento diplomático. Hasta Netanyahu lo mencionó en su discurso, reconociendo el gesto inesperado.
Y es que, si algo caracteriza a la ONU desde hace décadas, es su obsesión con un solo país: Israel. Una obsesión que hoy se viste de gala en Nueva York, pero que tiene raíces profundas.
El niño en el patio
Cuando yo tenía 9 o 10 años, en la escuela pública 180 “Susana Soca” de Montevideo, aprendí una lección que los manuales de pedagogía todavía no habían inventado: lo que hoy llaman bullying. En mi época era simplemente “acosar al distinto”. No había talleres de convivencia, ni protocolos, ni psicólogos de guardia; lo que había eran empujones en el recreo, miradas burlonas y comentarios punzantes que no necesitaban demasiada imaginación: “judío”.
Sin embargo, ese acoso, lejos de destruirme, me hizo fuerte. Aprendí a defenderme, a no doblegarme. Me forjó un carácter que, con los años, agradecería. Porque, aunque todavía guardo algunas marcas de aquellos recreos, también aprendí a entender y amar al prójimo, porque seamos claros, en aquellas épocas fui víctima tanto como victimario. Todo termina con amistades y celebración de la otredad.
Algo parecido le ocurrió a Israel. Desde 1948, el Estado judío ha sido ese niño en el patio de las naciones: señalado, aislado, hostigado, golpeado. Y, sin embargo, sigue en pie, pero también entiende, acepta, celebra la diversidad y desea más que nadie vivir en paz.
Nacido en guerra
El 14 de mayo de 1948, Israel declaró su independencia. El 15 de mayo ya estaba en guerra contra cinco ejércitos árabes. Fue la primera prueba: sobrevivir o desaparecer. Sobrevivió.
En 1956, la crisis de Suez volvió a ponerlo en el centro del tablero. En 1967, la Guerra de los Seis Días le dio Jerusalén Este, Judea y Samaria (Cisjordania), Gaza, Sinaí y los Altos del Golán. Y en 1973, durante Yom Kippur, Egipto y Siria atacaron para vengar la derrota. La supervivencia se volvió rutina.
Desde entonces, Israel ha enfrentado intifadas en las que 1500 israelíes fueron asesinados, atentados terroristas con 5.229 civiles muertos (934 desde el 7 de octubre de 2023), cohetes desde Gaza, túneles desde el Líbano. Una nación que nunca pudo dormir en paz porque sus vecinos insistieron en negarle la legitimidad de existir.
La ONU: juez y parte del acoso
Mientras los soldados combatían en el desierto y en las ciudades, Israel peleaba otra guerra en Nueva York, en La Haya y en distintas selvas de cemento.
En 1967, la Resolución 242 del Consejo de Seguridad introdujo la ambigüedad calculada: “territorios ocupados” que Israel debía devolver. ¿Todos? ¿Algunos? ¿Devolver a quién? Recordemos que en 67 no existía tal cosa como un estado palestino, recién se estaba gestando la idea, y Jordania desistió de esos territorios. El debate semántico se convirtió en el deporte favorito de diplomáticos y juristas.
Décadas después, la Corte Internacional de Justicia calificó de ilegal el muro de separación en Cisjordania (2004), declaró ilegal la ocupación prolongada (2024) y aceptó la demanda de Sudáfrica por “genocidio” en Gaza (2023). Palabra grave, difícil de probar, que exige demostrar «intención específica» de destruir, en parte o totalmente, un grupo nacional, étnico, etc., pero útil como arma retórica.
La Asamblea General convirtió la condena a Israel en un ritual anual, casi litúrgico, como si fuera el punto número uno de su catecismo político. Los datos son elocuentes: desde 2015, ha aprobado cerca de 140 resoluciones contra Israel y apenas 68 contra el resto de los países juntos. En 2023 fueron 14 contra Israel y solo 7 contra todos los demás. Pongamos contexto: mientras Siria bombardeaba a su propia población con armas químicas, Irán colgaba a opositores en plazas públicas y Corea del Norte convertía a su pueblo en un gulag viviente, la Asamblea General encontraba tiempo, año tras año, para condenar… a Israel. Una obsesión que no puede explicarse solo por geopolítica: huele a viejo antisemitismo reciclado.
En el Consejo de Derechos Humanos tampoco se queda atrás: tiene un punto fijo en su agenda, el famoso “punto 7”, dedicado exclusivamente a Israel. Ningún otro país del planeta merece tal privilegio. No existe un “punto 7” para Rusia, ni para China, ni para Myanmar. Solo para Israel.
La escena no es nueva. En julio de 2025, Bogotá fue sede de la Cumbre Ministerial de Emergencia sobre Palestina, convocada por Colombia y Sudáfrica. Allí se repitieron las acusaciones de “genocidio” y se pidieron sanciones. En mi artículo “Bogotá, capital del antisionismo: una cumbre con sabor a déjà vu” publicado en Faro de Occidente, señalé cómo este evento recordaba a 1975, cuando la ONU equiparó sionismo con racismo.
La diferencia es que ahora la moda del antisionismo se presenta como progresismo. Como si odiar al Estado judío fuese un signo de virtud política. Una tendencia “cool”, de esas que se replican en redes sociales y que políticos ávidos de aplausos internacionales adoptan sin pudor.
El presente amplificado
Y volvemos a Nueva York. Mientras escribo estas líneas, la Asamblea General sigue sesionando. La palabra “Palestina” aparece en cada discurso como si fuese la contraseña para ser aceptado en el club de lo políticamente correcto. Reconocer un Estado palestino en este contexto es menos un gesto de paz que un premio al terrorismo, un certificado de éxito para Hamas después del 7 de octubre. Lo señaló Netanyahu con claridad: Occidente está recompensando a Hamás, no promoviendo la paz. He evitado extenderme demasiado en las palabras de Netanyahu porque merecen un análisis aparte. No suelo detenerme en la política interna y externa de Israel, pero esta vez quizá lo amerite.
Israel, mientras tanto, escucha. Recibe condenas, amenazas de sanciones, acusaciones de genocidio. Pero también sabe —y aquí la ironía se impone— que nada de esto detendrá su política. Porque la ONU puede llenar bibliotecas con resoluciones, pero no tiene un ejército para hacerlas cumplir. Las decisiones que importan se toman en Jerusalén y en Tel Aviv, no en Manhattan.
En teoría, el derecho internacional ofrece un marco: la Carta de la ONU, la Convención contra el Genocidio, los Convenios de Ginebra. En la práctica, las resoluciones de la Asamblea General son simbólicas, el Consejo de Seguridad está paralizado por los vetos y las sentencias de la Corte Internacional de Justicia carecen de mecanismos de cumplimiento. Lo expresó Donald Trump con brutal franqueza: la ONU es inútil. Y sin embargo, sigue siendo la caja de resonancia preferida para demonizar a Israel.
Con un ojo abierto
En un mundo ideal, la justicia sería ciega. En un mundo justo, la ONU condenaría a todos por igual. Pero en nuestro mundo, la justicia internacional suele ser miope y selectiva. Israel se convierte en el niño al que se acusa de todo, mientras otros matones del patio se pasean impunes.
No es casualidad que el antisionismo esté de moda: siempre lo estuvo, solo que ahora viste traje diplomático. La diferencia es que Israel ya no es un niño indefenso: es un adulto que aprendió a devolver los golpes. Y aunque las resoluciones sigan acumulándose como papeles mojados, Israel seguirá existiendo, para frustración de quienes creen que la ONU puede dictar la historia.
Porque odiar a Israel puede estar de moda, pero sobrevivir… sobrevivir siempre fue, y seguirá siendo, la verdadera especialidad judía.
Bibliografía y referencias
Historia del sionismo y del antisemitismo
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- Israel, Marcos. Posguerra Israel-Hamás: hacia una nueva confrontación. Montevideo, 2015.
Conflictos bélicos de Israel
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- United Nations Security Council Resolution 242 (22 de noviembre de 1967).
- United Nations Security Council Resolution 338 (22 de octubre de 1973).
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Cumbre de Bogotá (julio 2025)
- Faro de Occidente. “Bogotá, capital del antisionismo: una cumbre con sabor a déjà vu.” Julio 2025. farodeoccidente.com.
- Cancillería de Colombia / Embajada en Sudáfrica. Comunicado oficial sobre la Cumbre Ministerial de Emergencia sobre Palestina, 15-16 de julio de 2025.
Cohetes, misiles y drones lanzados contra Israel
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Víctimas israelíes en intifadas y atentados suicidas
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Víctimas recientes (desde 7/10/2023)
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