

El intendente Sergio Barenghi podría jugar una carta demasiado costosa: el nombramiento de Germán Marini como secretario de Gobierno. Una decisión que, más allá de la conveniencia política, arrastra un peso difícil de disimular: Marini continúa con una causa penal abierta, tras la denuncia de Sabrina Gulino. En este contexto, la apuesta de Barenghi no solo genera incomodidad en la comunidad, sino también fisuras dentro de su propio espacio.
Las versiones de pasillo señalan que detrás de este movimiento se esconde un acuerdo político tácito entre Marini y Daniela Monzón. No es la primera vez que estos vínculos salen a la luz: ya en su momento se filtraron chats internos de La Libertad Avanza Bragado donde Monzón reconocía cercanía con el dirigente. El acuerdo, se dice, podría garantizarle al oficialismo cierta gobernabilidad en un Concejo fragmentado.
Sin embargo, lo que se presenta como una solución de corto plazo podría convertirse en un problema mayor. Porque si bien la relación entre Monzón y Marini puede ofrecer un respiro en la arena legislativa, la figura de Marini carga con cuestionamientos que exceden la política partidaria. No se trata solo de un dirigente de carácter fuerte o con historia de roces internos: se trata de un funcionario con causas judiciales abiertas. Y ese lastre no se borra con acuerdos políticos.
Más aún, sectores cercanos a Marini —referenciados en la línea de Ricardo Alfonsín— habrían trabajado en la campaña pasada para La Libertad Avanza en la provincia. Un dato incómodo que siembra dudas sobre las lealtades reales y expone un tablero político mucho más enredado de lo que Barenghi quisiera.
El intendente busca orden y termina sembrando caos. Porque en su afán de asegurar un puente de diálogo con Monzón, abre una brecha hacia adentro de su espacio. Ya son varios los actores molestos por la posibilidad de que Marini vuelva a ocupar un lugar central en la gestión. Y no se trata de una resistencia menor: son voces que advierten sobre los costos institucionales y éticos de la decisión.
En definitiva, Barenghi pierde el tiempo en lo que debería ser una etapa de consolidación. La ciudad atraviesa problemas urgentes, desde las cuestiones hídricas hasta la parálisis en materia de obra pública. Sin embargo, el intendente invierte energía en sostener un esquema de gobernabilidad atado a figuras cuestionadas. Una jugada riesgosa que puede darle aire en lo inmediato, pero que amenaza con asfixiarlo en el mediano plazo, tanto en el frente judicial como en el político.
Porque si algo está claro es que la gobernabilidad no se construye con atajos ni con acuerdos en la sombra. Y mucho menos con funcionarios que, lejos de aportar claridad, solo suman nubarrones a un escenario ya de por sí complejo.
