

Hablar de “la izquierda” como si fuera una sola cosa es como querer explicar el fútbol diciendo que todos los equipos juegan igual. No funciona. Lo que ayer fue bandera roja, hoy puede ser pañuelo celeste, y al revés.
Miremos a Stalin, por ejemplo. En los años ’20 la URSS sorprendía al mundo legalizando el divorcio y el aborto. Todo muy vanguardista. Pero en 1936, el mismo Stalin los prohibió de un plumazo: “la maternidad es deber patriótico”, decía el hombre del bigote. O sea, lo que era “progresista” un día, al otro era delito.
Con la tecnología pasaba lo mismo: había que idolatrarla, pero solo si servía para llenar las fábricas y correr de atrás al capitalismo. Libre comercio, ni soñarlo: era palabra sucia, sinónimo de sometimiento imperialista. La libertad de culto, perseguida salvo algún respiro durante la guerra. La libertad de expresión, un chiste: solo servía si repetías lo que decía el Partido. Y del medio ambiente, ni hablar: el mandato era explotar hasta el último río y el último campo, aunque quedara hecho un lodazal.
Ahora bien, pasemos al presente. En la Argentina de 2025, la izquierda ya no se parece en nada a ese manual soviético. Nuestros referentes progresistas militan el aborto legal, la diversidad de género, los derechos ambientales, mientras chequean el WhatsApp en un iPhone importado y se cubren en dólares. Critican al capitalismo, pero usan Spotify y pagan el café con QR. Y ojo: no es contradicción, es contexto. Crecieron en un país liberal, republicano y tecnológicamente moderno, y de esa mezcla también se nutre su discurso.
Entonces, cuando alguien se llena la boca diciendo “las ideas de izquierda”, como si fueran un paquete cerrado, conviene aclarar: depende del tiempo, del lugar y de quién las pronuncie. En 1936 Stalin prohibía el aborto; en 2025, la izquierda argentina lo defiende como derecho humano básico. En los dos casos, “ideas de izquierda”.
La historia tiene esas ironías. Por eso, antes de armar un falso dilema de manual —como hacen tantos opinólogos de redes, y esos niñitos que no se toman el tiempo de investigar un poco— habría que entender que las ideologías no son estatuas de mármol. Son criaturas vivas, que cambian de piel con cada época.
Y mientras tanto, acá seguimos: entre discusiones de Twitter, debates en el Congreso y algún que otro asado donde siempre alguien se levanta y dice: “¡Eso no es de izquierda!”.
