

En Pehuajó el agua sube y los caminos se borran, pero lo que más indigna al campo no es la lluvia: es el silencio oficial. La Sociedad Rural presentó tres veces el pedido de emergencia hídrica. Tres veces golpeó la puerta del municipio. Y tres veces obtuvo lo mismo: nada. Ni un sí, ni un no. Ni blanco, ni negro. Zurro eligió el gris del mutismo, que en política suele ser la forma más elegante de patear la pelota afuera.
Mientras tanto, la realidad no espera. Hay 2.000 hectáreas bajo agua, barrios anegados y productores que tuvieron que vender rodeos enteros. Sin emergencia declarada, esas ventas se convierten en una doble condena: perder la hacienda y tributar fortunas al fisco. Un productor lo explicó claro: “Vender 100 vacas hoy son 100 millones de pesos, pero tenés que regalarle 30 al Estado, sólo porque el intendente decidió hacerse el distraído”.
Lo curioso es que, en paralelo, Zurro eligió mostrarse en campaña… buceando en una laguna. Con máscara y aletas, prometió estar “arriba y abajo del agua” para los pehuajenses. El video podría haber sido un chiste simpático, si no fuera porque a pocos kilómetros los campos están convertidos en estanques y los caminos rurales parecen cauces de río. Para los productores fue un baldazo de ironía: el intendente se zambulle para el show, mientras ellos se hunden de verdad.
La bronca rural tiene nombre: destrato. Cassels, presidente de la Sociedad Rural, lo dijo sin vueltas: Zurro tiene “enjundia contra el sector”. Una especie de saña ideológica que convierte a los productores en enemigos antes que en vecinos. Y el problema es que esa enemistad se paga cara: con impuestos caros, tasas viales altísimas y caminos donde no pasa ni un tractor.
Encima, la Provincia declaró la emergencia en distritos vecinos —9 de Julio, Casares, Henderson—, pero Pehuajó quedó afuera, como si estuviera sobre un islote seco. La geografía no cambia por decreto, pero la política, sí. Y en Pehuajó el agua parece depender más de los colores partidarios que de los milímetros de lluvia.
Zurro, testimonial en la boleta y buzo amateur en la laguna, se da el lujo de jugar a la política mientras el partido se anega. Y los productores, los mismos que todos los años sostienen con impuestos las arcas municipales, sienten que esta vez la corriente no los lleva: los arrastra.
Porque en Pehuajó, hoy, lo que sobra no es agua: es la sensación de estar nadando contra un poder que se divierte haciendo burbujas.
