

La política bragadense acaba de dejar una imagen que vale más que mil discursos: Juan Manuel Barenghi, al lado de su padre Sergio, de Salvador Alonso y de Darío Duretti. Una foto que pretende mostrar unidad, pero que en realidad desnuda la contradicción más evidente: la de un joven cuya brújula no es la ideología, sino la ambición desmedida.
No hace tanto tiempo, el propio Juanma Barenghi se paseaba llamando al corte de boleta, pidiendo abiertamente que se vote a Javier Milei para presidente. Un gesto que no sólo dinamitaba la lista que llevaba a su padre como candidato, sino que evidenciaba su oportunismo político: en ese momento, Milei representaba el viento de moda, y Barenghi hijo se subió a esa ola sin pensar dos veces.
Hoy, la misma persona aparece en un armado peronista, sacándose fotos con dirigentes a los que hasta ayer repudiaba. No hay en esto un cambio de convicciones, sino simplemente el instinto de supervivencia de alguien que aspira a convertirse en intendente a cualquier precio.
Porque de eso se trata Juan Manuel Barenghi: un contador que no conoce de límites, que está dispuesto a pisar cuantas cabezas sean necesarias para llegar al poder. Que, como ya demostró en su propia historia familiar, no tiene problema en vender lo que sea necesario —incluso su vida privada y sus vínculos más cercanos— si eso lo acerca un paso más a la cima.
La política necesita debates de ideas, proyectos y convicciones. Pero en Barenghi hijo no hay nada de eso. Lo único que existe es la ambición personal, la mirada fija en la intendencia, aunque para lograrlo deba disfrazarse de peronista hoy, de libertario mañana, o de lo que el manual del oportunismo le dicte pasado.
En definitiva, Juan Manuel Barenghi no construye: se vende. Y en ese camino no duda en hipotecar el apellido, su partido, y hasta su propia madre si hiciera falta.
