

Tenía apenas 33 años y un cuerpo consumido por la enfermedad: apenas 37 kilos pesaba Eva Duarte de Perón aquel 26 de julio de 1952, cuando el cáncer, iniciado casi seis años antes en el cuello de su útero, finalmente apagó su vida. A las 20.25 de ese sábado, el país entero quedó suspendido en un mismo silencio, roto por las radios que anunciaron, con la solemnidad de lo irrepetible, que la “Jefa Espiritual de la Nación” había “entrado en la inmortalidad”. Se cumplen hoy 73 años de aquel día que marcó, para siempre, la historia argentina.
Fueron cerca de diez meses de agonía y también de una obstinación conmovedora. Porque hasta el final, Evita decidió poner el cuerpo: junto a su militancia, que la seguía viendo como guía y bandera; y al lado de su esposo, el presidente Juan Domingo Perón, quien transitaba su segundo mandato tras una reelección arrolladora. En esa victoria electoral, una vez más, Eva había tenido un papel central: fue la mayor impulsora de la ley que consagró el voto femenino, una conquista que permitió que millones de mujeres participaran por primera vez en la vida política argentina. Incluso ella misma votó en noviembre de 1951, desde su cama de hospital: una imagen que conmovió al país y que selló, para siempre, su compromiso militante.
Los últimos meses fueron un calvario. Al dolor abdominal y las hemorragias constantes se sumaron las metástasis: una en su tobillo, otra en la nuca, que agravaron su sufrimiento hasta hacerlo insoportable. La morfina se convirtió en compañera diaria, pero ni siquiera el dolor logró frenar su voluntad de seguir participando activamente de las decisiones del gobierno.
Los médicos habían ordenado reposo casi absoluto, pero Eva no se resignó. Quería seguir de pie, junto a los suyos. Su última aparición pública fue el 1º de mayo de 1952, durante el acto del Día del Trabajador en la Plaza de Mayo. Desde el balcón de la Casa Rosada, sostenida por la cintura por Perón para no caer, pronunció palabras que parecían anticipar su destino:
“Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana”.
Era una forma de decirles que no los abandonaría jamás; que aunque su cuerpo flaqueaba, su presencia seguiría viva en la memoria popular. Al finalizar el discurso, su fiebre superaba los 40 grados, signo inequívoco de que la enfermedad avanzaba sin retorno.
Así, el 26 de julio de 1952, la mujer que transformó la historia social y política argentina partió de este mundo. Dejó tras de sí un legado de lucha, de justicia social y de lealtad inclaudicable hacia los más humildes. Setenta y tres años después, Evita sigue siendo, para millones, el rostro eterno de la esperanza.
