
El radicalismo bonaerense, siempre creativo en su manera de reinventar la derrota, ha encontrado una nueva manera de autoflagelarse: lanzarse de cabeza hacia los brazos del mileísmo, ese club libertario donde los gritos reemplazan a las ideas y la motosierra a la política. Algunos ya sacaron pasaje en primera. Otros, más pudorosos, preguntan si todavía hay tiempo de subirse al vagón, aunque sea colgados del estribo.
Con la excusa de que “hay que estar donde está la gente”, ciertos dirigentes radicales han confundido a la sociedad con una encuesta de Twitter. Fascinados por el show libertario y huérfanos de convicciones, ahora sueñan con una alianza que los rescate del olvido, aunque eso implique aplaudir de pie a quienes niegan el Estado, desprecian las instituciones, y se burlan —sin sonrojarse— de la educación pública, los derechos humanos o la mismísima UCR.
Claro, no lo dicen así. Prefieren hablar de “construcción pragmática”, de “nuevas formas de hacer política” o de “conectar con los jóvenes”. Aunque no se sepa bien qué jóvenes: los que estudian en la universidad pública que Milei quiere dinamitar, o los que no pueden pagar el alquiler por el “milagro libertario”.
Por suerte, no todos se entregan a esa farsa con sonrisa de selfie. En el medio del barro, aparecen voces que todavía creen que los partidos están para algo más que garantizar cargos. Gente que no grita, que no amenaza, que no cobra doble viático. Gente como Antonela Moreno, que no necesita disfrazarse de liberal para defender la libertad, ni hacerse la outsider para tener ideas nuevas.
Desde la presidencia de la Juventud Radical bonaerense, Antonela encarna algo que molesta mucho en tiempos de cinismo: coherencia. En lugar de ir detrás de un algoritmo, prefiere insistir con valores. En vez de correr a ver dónde sopla el viento, planta bandera. Habla de justicia social, de derechos, de participación, sin gritar. Y eso, en tiempos de fascismo fashion, es casi revolucionario.
Mientras tanto, los “estrategas” de la rosca siguen armando mesas de unidad con la convicción de un vendedor ambulante. Mañana se sacan una foto con Milei; pasado, con Alfonsín; y si hace falta, desempolvan una frase de Illia para adornar la traición. Lo importante es que cierre. ¿Qué? Todo: la lista, el número, el Excel, la plata.
La UCR tiene una oportunidad histórica: volver a ser alternativa o convertirse en un souvenir del siglo XX. Puede elegir entre reconstruirse con honestidad, o licuarse en una alianza tóxica que no la necesita ni la respeta. Lo que no puede es fingir sorpresa cuando la historia le pase factura.
Algunos ya entregaron las banderas. Otros, como Antonela, todavía las levantan. El radicalismo sabrá decidir si quiere ser un partido con futuro o una peña de oportunistas nostálgicos. Pero eso sí: cuando llegue la hora de los balances, que no digan que no estaban avisados.