
La política local volvió a regalar una postal de esas que, si no fuera por la seriedad del tema, podrían confundirse con una tragicomedia. El jueves por la noche, mientras la ciudad cenaba en paz, el Concejo Deliberante debatía —desde las 19:30 y hasta pasadas las 22— la rendición de cuentas del Ejecutivo municipal. Fue aprobada. Por un voto. Nueve a favor, ocho en contra, y una ausencia más elocuente que muchas presencias: Germán Díaz, como quien se pierde el final de la película porque fue al kiosco.
La sesión dejó más preguntas que respuestas, pero también una galería de intervenciones que, si no fuera porque se refieren a millones de pesos de los contribuyentes, darían para stand-up.
Daniela Monzón se encargó de poner los números sobre la mesa y también el termómetro en el hospital: lo que se graficó como “preocupante” sonaba, en realidad, a alerta roja. Salud desfinanciada, gastos dudosos, respuestas nulas.
Nicolás Araujo, por su parte, optó por el realismo mágico aplicado a la gestión. Describió el caso de Urrijola, amigo de José Luis Quarleri, convertido en una suerte de comodín municipal: pinta escuelas, arregla autos, lleva chicos a clases, y probablemente, si uno le pide, te arma una mudanza exprés. Todo esto por la módica suma de 80 millones de pesos en un año. Un monotributista de oro, casi tan brillante como los recién inscriptos que también cobran cifras millonarias.
Franzoni se subió a la misma línea crítica y hundió la pala en otro terreno pantanoso: las cooperativas. Habló de falta de transparencia y trazó un panorama donde lo “solidario” parece más negocio que servicio. Y Lilian Labaqui, con la paciencia de una contadora sin respuesta, fue detallando cada pedido de informes ignorado como quien enumera llamadas perdidas que ya nadie devolverá.
Tucci, siempre enfocado, se detuvo en el fondo educativo: no fue ejecutado, aunque los problemas sobran. Escuelas sin gas, sin obras, pero con fondos durmiendo el sueño de los justos. Y Tomasino, en una intervención tan filosa como oportuna, le marcó el límite a Guillermina Lospiche, que una vez más llevó el debate al plano personal, mencionando incluso a la esposa del concejal. ¿Hace falta decir que eso no fue bien recibido?
Del lado oficialista, las respuestas fueron pocas y mal defendidas. Justificaciones atadas con alambre y una estrategia que ya se volvió clásica: culpar al pasado. Lo insólito es que el pasado al que se refieren también fue protagonizado por algunos de ellos.
Así, con el pulso débil pero aún vivo, la rendición de cuentas fue aprobada. Un voto de diferencia. Un suspiro. Y un gesto de época: más allá de los discursos, lo que quedó expuesto es que rendir cuentas, en Bragado, parece seguir siendo un trámite incómodo… que nadie quiere mirar de cerca.