
En un país donde las palabras ya no alcanzan para describir el desastre, José Luis Espert se animó a usar una que duele: cloaca. No es exageración, es una radiografía cruda —y tristemente precisa— de lo que ha dejado el kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires: miseria estructural, narcos como señores feudales, escuelas en ruinas, hospitales con goteras y una cultura política que convirtió la corrupción en rutina.
“Plaga”, “maldición”, “frente antimiseria”. El léxico suena extremo, pero hay que preguntarse: ¿de verdad lo es? ¿O es apenas el reflejo sin maquillaje de lo que miles de bonaerenses viven todos los días? En barrios donde la policía no entra, donde los punteros reparten subsidios con listas negras y donde el narcotráfico se volvió el patrón de facto, hablar de plaga es hasta generoso.
Espert, desde el micrófono de Radio Mitre, puso las cosas en términos quirúrgicos: hay que “desalojar” al kirchnerismo. No debatir con él, no consensuar —porque ya no hay con qué—, sino sacarlo del poder, como a un inquilino que rompió todas las paredes, dejó las canillas abiertas y aún así reclama la devolución del depósito.
La foto 2025 está clara: un frente opositor amplio, con el PRO como socio principal, dispuesto a terminar con dos décadas de decadencia administrada. Porque lo que empezó como un proyecto político terminó como un mecanismo de perpetuación de la pobreza. Un sistema de clientelismo que no genera ciudadanos, sino rehenes. Una estructura que educa menos, cura menos, pero adoctrina mejor.
¿Frente antimiseria? Sí, y ojalá también sea un frente anti cinismo, anti saqueo, anti relato. Porque la miseria en Buenos Aires no es solo económica: es moral, institucional, cultural. Y si algo necesita la provincia es aire limpio. Después de tantos años de respirarla podrida, la metáfora de la cloaca es más literal de lo que parece.
Pedido de publicación: Espacio de Espert en Bragado