
Y aconteció en los días de Sergio Barenghi, que se levantó en Bragado un falso profeta llamado Gerardo, de apellido Pichin Venda,
Quien recorrió las calles con un cetro de notificación en la mano, diciendo:
“Apartaos, oh vecinos inmundos, pues vuestros
carruajes oxidados contaminan la faz de la ciudad bendita.
Porque yo os digo: si un auto duerme en la vereda más
de tres lunas, será marcado con la señal del abandono y
condenado a las aguas del corralón.”
Y así fueron contados ochenta y cinco carruajes malditos,
y trece fueron arrebatados como ovejas sin pastor.
Pero el pueblo clamó desde las veredas:
“¿Y qué de los carros de la municipalidad, que yacen
tres meses sin mover ni una rueda, rodeados de
podredumbre y cáscaras de promesa?”
Mas Gerardo no escuchó, porque su vara era mágica:
Se alargaba para alcanzar al pobre y se acortaba
cuando se acercaba al Palacio de los que mandan.
“El orden —decía— es selectivo como el viento: azota
los ranchos, pero no mueve las cortinas del poder.”
Y sucedió también en aquellos días que en la tierra
de Mechita, una mujer afligida guardaba autos en su
propio patio,
Y vinieron los escribas del municipio con tablas de
cálculo y le dijeron:
“Mujer, pagarás quinientas mil monedas por contaminar
el aire santo.”
Mas nadie les preguntó por los autos municipales
que yacían sumergidos en las aguas del olvido,
contaminando sin multa ni castigo.
La mujer lloró, pues su hijo había muerto, pero no
hubo piedad ni miramiento: solo actas, fotos viejas y
un dedo acusador.
Y he aquí que apareció otro siervo del municipio, un
varón llamado Carlos, de la estirpe de los Ingenieros.
Y Carlos fue visto en las plazas, mirando los árboles
como quien observa una criatura desconocida.
Pues le fue encomendada la ciencia sagrada de la poda,
Y muchos decían: “¡Milagro! ¡El ingeniero ha
descubierto que las ramas crecen hacia el cielo y no
hacia el Excel!”
Y él tomó una rama caída en la vereda y dijo: “Esto
es poda.”
Y tomó una motosierra y la elevó, como si fuera un
incensario.
Y al tercer día, aún no entendía cuál era el tronco y
cuál la raíz.
Pero fue aplaudido, pues en la tierra de Bragado, el
que intenta aunque arruine, es bienaventurado si
viste chaleco reflectivo.
Así pasaron los días en el reino del Doblevara,
Donde los que tenían poder eran justos por decreto,
y los que sufrían eran culpables por omisión.
Y el pueblo esperó, como se espera la lluvia en la
sequía, que alguien midiera con una vara sola.