
Por el enviado de El Censor, que camina bajo la sombra de árboles que nadie sabe podar
Hay momentos en la política municipal que rozan lo poético, lo místico… o directamente lo absurdo. Esta semana, Bragado fue testigo de uno de esos instantes gloriosos: el ingeniero agrónomo Carlos Rosales, flamante director municipal con ínfulas de sabio y docente todoterreno, descubrió el arte milenario de la poda. Y lo hizo en público, como todo verdadero iniciado.
Sí, así como se lee. El hombre que —según fuentes confiables— tiene árboles frutales en su casa, que ostenta un título universitario con firma y sello, y que se jacta en reuniones de “saber de todo un poco” (y mucho de todo), se tomó su tiempo para aprender qué rama se corta, cuál no, y por qué no es buena idea arrancar un árbol a machetazos.
El conocimiento, claro, le llegó tarde, pero nunca es tarde para quien aún cree que entregar un cajón de plantines es revolución agroecológica.
Porque Rosales, en su rol como director del área de Producción “la trinchera verde del municipio”), ha cultivado más narrativa que verduras. En su haber tiene un historial glorioso: la entrega de “unos 10 pollos, algunas semillas y menos de dos docenas de plantines” a lo largo del año. Todo esto acompañado de grandes discursos sobre “el acompañamiento a cientos de familias de Bragado”. Habría que preguntarse si esas cientos de familias entran en una sola cuadra o si los pollos eran, en realidad, virtuales.
La gestión Rosales podría resumirse así: poca producción, mucha foto, y una tonelada de promesas germinadas en PowerPoint. Pero esta semana superó su propio estándar cuando apareció, tijera en mano, en plena jornada de poda. No estaba dirigiendo ni supervisando: estaba aprendiendo. Un ingeniero agrónomo aprendiendo a podar, como si un cirujano necesitara un taller de primeros
auxilios para operar.
Lo más notable es que no hubo ni una pizca de vergüenza. Al contrario, todo fue documentado con entusiasmo en redes, como si cortar una rama sin perder un dedo fuera una hazaña científica. Y es que en Bragado, cuando la gestión no florece, la estrategia es sencilla: hacerse el aprendiz eterno. Así nadie puede decir que no se está intentando.
La poda, según cuentan los que aún creen en la botánica, es un arte de precisión, conocimiento y visión a futuro. Lástima que Rosales llegó tarde a todas esas clases. Pero ahora que descubrió las ramas, tal vez pronto descubra que dirigir un área no es solo repartir semillas, sino saber sembrar algo más que excusas.
Y si algún día decide aprender también cómo se cosechan resultados, ahí sí que será noticia.