
En Bragado, la política ya no se debate: se acomoda.
El radicalismo local, tradicionalmente confrontativo cuando le tocaba el llano, hoy parece haber descubierto los placeres del yoga institucional.
En vez de levantar la voz, respiran profundo. En vez de opositar, dialogan. Porque, según parece, la nueva línea es no atacar al gobierno de Sergio Barenghi.
Nada. Ni una coma fuera de lugar. Dicen que podría haber algo más que buena voluntad detrás de tanto silencio: un acuerdo político que, en nombre de la unidad por Bragado, incluya algún
cargo —chiquito, simbólico, reciclable— para los radicales. ¿Y qué mejor cartera que la de Medio Ambiente? Total, ahí todo es verde, incluso la esperanza.
La senadora Eugenia Gil ya había dado el primer paso zen cuando, tiempo atrás, pidió que no se “judicialice la política” (como si eso fuera el problema de Bragado). Luego se reunió con Barenghi, lo promovió como un gran dialoguista y, por las dudas, guardó las críticas en un frasco de formol.
La frutilla del postre llegó hace unos días, cuando el exintendente Orlando Costa dio una charla donde le dedicó todos los dardos a la gestión de Vicente Gatica —que, dicho sea de paso, es parte de la historia reciente del radicalismo local—. ¿Barenghi? Intocable. Estaba ahí mismo, sonriente, asintiendo con cara de “esto no es conmigo”.
La omertà radical no es gratuita. Varias fuentes coinciden en que Posadas, esa operadora silenciosa con oficina invisible, habría bajado la orden de “no agresión”. La política como un juego de espejos: se critica al que ya no está y se pacta con el que todavía puede dar algo.
Así que, si en los próximos días escuchamos que un radical asumirá como subsecretario de Compostaje Ciudadano o Director Adjunto de Reciclado Selectivo, no nos sorprendamos. No es que hayan cambiado los ideales. Es que ahora se riegan con diálogo.
Mientras tanto, Bragado sigue hecho un desastre.
Pero un desastre en armonía.