
En Bragado, las cámaras de seguridad parecen tener un solo objetivo: señalar a los pobres. No para protegerlos, ni para garantizarles el derecho a una ciudad limpia y segura. No. Las cámaras, en manos de la Dirección General de Seguridad, se utilizan para exponer, vigilar, multar.
Últimamente, se ha vuelto costumbre que el municipio difunda imágenes de vecinos que “tiran basura” en tal o cual esquina. Se los muestra como infractores, como si fueran el problema central. Pero lo que no se muestra —y lo que nadie del oficialismo se atreve a decir— es que en muchas de esas esquinas no hay un solo cesto, ni un cartel, ni siquiera una alternativa razonable para disponer los residuos. El Estado ausente primero, aparece después como verdugo.
Multan en vez de invertir. Castigan en vez de limpiar. Ponen el foco en los márgenes, mientras dejan pasar lo esencial.
Porque el problema de la basura en Bragado no lo generan los vecinos que no tienen dónde tirarla, sino una gestión que no garantiza condiciones básicas de higiene urbana.
La ciudad está sucia de punta a punta. Barrios con contenedores desbordados, microbasurales sostenidos por años, plazas mal mantenidas, zanjeos que nunca llegan. Y la postal más irónica:
la propia Municipalidad generando montículos de residuos con sus empleados, como si fuera normal, como si la mugre institucional no contara.
La basura no es solo un tema de medio ambiente. Es una radiografía del poder. Porque el que no invierte en limpieza, no respeta a su gente. Y el que usa la tecnología para estigmatizar al vecino y no para prevenir delitos o cuidar el espacio público, demuestra que no gobierna para todos, sino para castigar a los que menos tienen.
En Bragado, las cámaras vigilan a los pobres, pero no graban a quienes gestionan con desidia. Eso, lamentablemente, no es seguridad: es una forma más de injusticia.