

Nietzsche escribió una de sus grandes obras en 1883, y la tituló Así habló Zaratustra en la cual su máscara le permite plantear la existencia de un excéntrico profeta llamado Zaratustra.
Este Zaratustra nietzscheano es un personaje literario en el que cristaliza la necesidad de dejar atrás todas aquellas ideas que merman la fuerza vital. A través de esta máscara, Nietzsche intenta abrazar la vida y borrar cualquier resto de intoxicación metafísica de la que se había alimentado durante muchísimos años de diversas obras, especialmente de las obras de Wagner y Schopenhauer. Trata de forjarse un pensamiento propio, al tiempo que combate los síntomas de decadencia que observa en la cultura de su tiempo y en sí mismo.
Este combate, es el que acompañará a Nietzsche durante toda su vida, y, encuentra en este personaje su forma más acabada.
En esta obra muestra que Zaratustra es el filósofo nietzscheano en su máxima expresión, es la versión literaria en la que Nietzsche plantea su pensamiento de la forma más irreverente y desprejuiciada que existe en su pensamiento.
En esta obra, Nietzsche escribe un apartado con una forma metafórica titulada De las tres transformaciones, en el que muestra que (el personaje) Zaratustra expresó con una lucidez metafórica envidiable el proceso de transformación que conduce al superhombre en su discurso sobre las tres transformaciones. El espíritu se desarrolla primero en el camello, dispuesto a llevar todas las cargas. Es paciente, servicial y se ocupa, principalmente, de
llevar a cabo los preceptos morales que se le han impuesto. Su principio es “¡Tu debes!” y representa la sumisión a los valores tradicionales. El camello no cuestiona ninguna orden y
no tiene ni ideales ni valores. Únicamente se preocupa por los placeres inmediatos.
En una segunda transformación, el espíritu se vuelve león, se torna desafiante y se desprende de la carga inútil que porta el camello, es decir, se desprende de los deberes y los modelos de pensamiento. Su principio reza: “¡Quiero!”. El león lleva consigo demasiada negatividad, y también contrasta todas las ideas, pero es incapaz de crear nuevos valores.
Su actitud es de continua confrontación.
Por último, la tercera transformación, es el niño, por que el niño es un nuevo comienzo (a partir de la inocencia) y es (también) olvido, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un primer decir sí. El niño no admite ninguna regla que no venga de sí mismo.
Entendiendo la existencia como objeto del espíritu creativo, hay que recuperar la seriedad con que juega el niño: “el espíritu quiere ahora su voluntad, el que perdió el mundo gana ahora su mundo”, según afirma Nietzsche. La misión del hombre creador está en prepararle el camino al superhombre. El superhombre es, a su vez, pura potencia creativa. Solo una conciencia inocente, como la del niño, puede asimilar el eterno retorno de todas las cosas.
El niño carece de prejuicios y, transformado en superhombre, creará nuevos valores. Como espíritu libre, disfruta plenamente de la vida.
Nietzsche encuentra el niño una imagen metafórica de lo que se puede hacer desde la inocencia y el olvido, es decir, el niño puede crear cuestionamientos muy punzantes que constituyen el corazón de los cuestionamientos al sistema.
Este niño nietzscheano realiza el trabajo crítico y demoledor de “los bajos fondos” y lo liga a la empresa constructiva y experimental de la filosofía propositiva; y, a través de este niño, se muestra el ejercicio de la revuelta nietzscheano, es el que plantea una lucha contra su época, y plantea una nueva época venidera.
El niño nietzscheano es el que tiene las herramientas necesarias, que las ejerce en sus diversos cuestionamientos, a través de las diversas preguntas, para poder vislumbrar los nuevos futuros inciertos, que van a estar cargados de nuevos mundos en los que no se encuentran ídolos y verdades establecidas.
El niño nietzscheano, es el que con sus preguntas irreverentes e incómodas, se atreve a revisar el pasado y el presente, y lo hace por que vislumbra un futuro – otro, un futuro que no muestra vestigios del pasado, un futuro nuevo liberado de los prejuicios y de los
manejos que se hicieron en un pasado. A partir de que el niño vislumbra este futuro – otro, puede crear una transformación y una “transvaloración” que aúna la fuerza disolutiva con la potencia de la creación.
Este niño avanza hacia ese por – venir indeterminado, desconocido, pero poblado de diversas posibilidades, que puede centrarse en valores diversos, en valores que exceden el binarismo ético y estético, y son las diversas máscaras con las que Nietzsche realiza las
criticas hacia la sociedad occidental (y a los valores establecidos en esta sociedad).
El niño nietzscheano a partir de ese espíritu libre, se permite crear los nuevos valores, que no sean los que vengan de las diversas instituciones y que sean los que están impuestos por el mundo de los adultos, de este mundo que impone una forma de poder observar la sociedad desde diferentes perspectivas.
La vida que plantea el mundo de los adultos, en la visión de Nietzsche, crea una claustrofobia, debido a que es una vida con una visión determinista, que es una vida limitada a un proyecto de vida impuesto, por diversas instituciones, y que anulan (o limitan)
el poder creador del adulto.
Nietzsche se vale de la máscara del niño para mostrar que los diversos cuestionamientos (cuestionamientos que el niño los ejerce a la manera socrática, y desde su ignorancia) se pueden, en un principio, cuestionar los diversos valores establecidos, que se reducen a dos monosílabos: Sí/No; y si, puede seguir creando, subvertir los valores creando una forma de valores nuevos.
El niño de Nietzsche muestra que el hombre tiene que saber operar una forma de vida lúdica, y, que ejerce una forma de cuestionamiento capaz de elaborar nuevas alternativas de vida.
Nietzsche busca salir del espacio de la metafísica para poder mostrar que los valores son creados y que pueden ser adecuados a las diversas épocas que se vive y que no sean creencias fijadas por el mundo adulto.
