
El Concejo que avala una chicana vergonzosa
Germán Ismael Marini, presidente del Honorable Concejo Deliberante de Bragado, no solo está cavando su propia tumba política: cuenta con el silencio del cuerpo de concejales, que le permite seguir jugando sucio. En una entrevista con la televisión local oficialista, ayer 26 de marzo, Marini reafirmó su intención de recurrir el fallo en segunda instancia que anuló su designación como concejal por violar la ley de paridad de género, anunciando que llevará el caso a la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires (SCBA). “Vamos a apelar” dijo, con la arrogancia de quien se sabe respaldado, mientras defiende que su asunción fue legítima y que no hay nulidad alguna. Pero este circo no lo monta solo: los demás concejales, con su pasividad, son tan culpables como él de estirar una chicana judicial hasta el 10 de diciembre de 2025, cuando vence su mandato. ¿Qué clase de Concejo permite que su presidente se burle de la ley y de los vecinos?
El caso «Broggi Sergio y otro/a c/Honorable Concejo Deliberante de la Ciudad de Bragado s/Amparo» (Expte. N° 12429) expuso las vergüenzas de Marini. La Cámara Contencioso Administrativa de San Martín resolvió que su ingreso al Concejo, en reemplazo de la concejal con licencia Emma Elizalde, violó la Ley 14.848 de paridad de género, que exige alternancia entre hombres y mujeres. La banca debía ser para una mujer —Valeria Acosta, por ejemplo, quien se sumó a la demanda de Sergio Broggi—
El 18 de marzo, Marini, patrocinado por la abogada María Laura Pico (radical alfonsinista), presentó un escrito ante la Cámara rechazando una prueba testimonial y acusando a los demandantes de usar “argucias malintencionadas” para judicializar un asunto político, dilapidando recursos públicos y faltando el respeto a las urnas y la justicia. Palabras grandilocuentes que se le volvieron en contra. Porque aquí está el primer golpe a su fachada: Marini planea un recurso extraordinario ante la SCBA para aferrarse a su banca hasta el 10 de diciembre de 2025. Con los plazos lentos de la Corte —que rara vez falla en menos de nueve meses—, el caso podría quedar abstracto, permitiéndole terminar su período sin rendir cuentas. ¿Y quién lo detiene? Nadie. Los restantes concejales, que podrían haber exigido transparencia o votado para designar un apoderado legítimo, miran para otro lado mientras Marini usa esta chicana para salvarse. “No fue una decisión nuestra ni del 50% de los concejales actuales”, se lavó las manos en la televisión oficialista, echándole la culpa a la Comisión de Poderes de la gestión anterior. Pero el silencio del cuerpo actual no es inocente: es complicidad pura y dura. Hay más mugre bajo la alfombra. Como presidente, Marini no tiene la facultad legal para representar al Concejo en este juicio. La Ley Orgánica de las Municipalidades (Decreto-Ley 6769/58, artículo 188) dice que esa atribución es del cuerpo colegiado o de un apoderado designado, no de él en solitario. Al actuar sin autorización explícita, se arroga un poder que no le pertenece, y los concejales, calladitos, lo dejan hacer. ¿Con qué cara hablan de institucionalidad cuando permiten que su presidente pisotee la ley? En su entrevista, Marini insistió en que todo se hizo “conforme a la Ley Orgánica y el Reglamento Interno”, pero calla que la paridad de género es obligatoria y que su reemplazo de Elizalde —mujer por hombre— la dinamitó. Las contradicciones de Marini son un espectáculo tragicómico, pero el aval tácito del Concejo lo hace escandaloso. En su escrito, llamó a los demandantes oportunistas que no respetan las sentencias; durante la entrevista dijo que “no hay delito, solo una posible falta en el procedimiento”. Si no hay delito, ¿por qué no acata el fallo? Si hay una falta, ¿por qué dilapida recursos públicos en una apelación que no llegará a tiempo? Su apuesta es clara: ganar por cansancio lo que no puede defender por derecho. Y los concejales, que deberían ser guardianes de la legitimidad del cuerpo, se hacen los distraídos mientras Marini usa su cargo como escudo y el presupuesto del Concejo como espada. ¿Dónde quedó la moral de Germán Marini y de este Concejo cómplice? El hombre que se llena la boca hablando de respeto a las normas juega al filo de la legalidad, respaldado por un silencio que huele a pacto. En los próximos días, sabremos si la Cámara concede su recurso extraordinario —si lo formaliza— y cuánto más está dispuesto a ensuciarse para no soltar la silla. Pero el daño ya está hecho: Marini se muestra como un político oportunista, y sus colegas, como un rebaño que prefiere mirar al costado antes que enfrentar la verdad. El verdadero desenlace no lo definirá la Corte, sino la memoria de los vecinos de Bragado, que ven cómo su Concejo se convierte en un circo de chicanas y silencios culpables.