
La aguda crisis de nuestra democracia.
El reciente episodio de $LIBRA ha dado mucha «tela para cortar» en asuntos que han sido suficientemente abordados por periodistas,
políticos, economistas y abogados, no sólo de nuestro país sino
también del exterior. Esta nota tratará de dejarlos esas digresiones de lado para enfocarse en una cuestión que es dejada de lado: la
profunda decadencia de la democracia Argentina a poco más de 38
años de haber sido reconquistada y en un año que nuevamente nos
convoca a las urnas.
Siempre resulta grave cuando una República asiste a días en que sus
instituciones caen en el desprestigio y la impotencia para resolver los problemas de los ciudadanos deviene en una crisis de legitimidad, más aún cuando se llega al punto en que ni siquiera la alternancia de los cargos da esperanza de restaurar las esperanzas.
El fracaso, en términos socioeconómicos, de Mauricio Macri primero y Alberto Fernández después, sin que ninguno de ellos pudiese poner en caja a la inflación, brindar estabilidad monetaria y encausar la economía por la senda del crecimiento, parecía augurar una nueva crisis de representatividad. El desencanto reinante impresionaba ponernos a las puertas de un nuevo «que se vayan todos». La política de los últimos años, entrando en una «dinámica de lo impensado» logró una aparente «salida institucional”. La irrupción de un «outsider» que prodigaba insultos a unos y a otros depositó en 2023 a un partido nuevo en la Presidencia de la Nación, tan nuevo que apenas contaba con 4 de 257 diputados y ningún senador.
El reciente escándalo en torno al activo financiero $LIBRA deja al
desnudo la fragilidad en que desde hace largos años transita nuestra
democracia, la República asiste impotente al desprestigio de sus
instituciones frente al pueblo que no prodiga mayor estima a ninguno de sus tres poderes y ni siquiera el mentado «cuarto poder» escapa a esta lógica de descrédito.
«La elocuencia es el resorte del gobierno democrático», Foustel
de Coulanges. En su obra, «La ciudad antigua» de 1864, el sociólogo e historiador francés dejaba esta sentencia que pone en relieve la característica de nuestra crisis.
Repasemos las frases que «LibraGate» nos ha dejado en boca de
nuestros dirigentes:
Comencemos con las declaraciones del Presidente:
Su descargo inició en X (ex Twitter): «A las ratas inmundas de la casta política que quieren aprovechar esta situación para hacer daño les quiero decir que todos los días confirman lo rastreros que son los políticos, y aumentan nuestra convicción de sacarlos a patadas en el culo». Para continuar luego con algunas «sutilezas» en una entrevista televisiva: «¡Dale! Que venga esa estafadora, esa verdaderamente chorra, dos veces condenada, a cuestionarme a mí… »; «… (CFK) tuvo de ministro de Economía al imbécil de Kicillof y ese imbécil le costó a los argentinos cerca de 35 mil millones de dólares por casos como YPF».
La expresidente no se quedó atrás, respondió en X (ex Twitter)
«Anoche, en la entrevista de TN lo tuyo fue PATÉTICO… y lo del
colorado Jony Viale BOCHORNOSO. Los dos juntos dan vergüenza
ajena.
EN LA VERSIÓN QUE EDITARON para la gilada, TE VI PÁLIDO (parecías de cera, decile a tu diputada maquilladora que cambie de producto), BALBUCEANTE y CONTRADICTORIO». Y entre otras cosas no se privó de dispensar el trato de «ensobrado» a Jonatan Viale.
La diputada Lilia Lemoine apuntó contra el Grupo Clarín «…quiere
quedarse con TELEFÓNICA TAMBIÉN…como @JMilei NO LOS RECIBE y de ahí muchos de los ataques roñosos que están haciendo».
Basten estos ejemplos para ilustrar el punto. Tampoco la prensa
escapa de la vulgaridad soez, pudo escucharse a Jonatan Viale muy
enfático decir en su descargo de anoche que «le chupa un…» lo que
sus colegas opinen. Mucho más irreproducibles son los epítetos de los diferentes «influencers» que desde sus plataformas en redes se
espetan entre sí y a partidarios de uno y otro.
«Sea cualquiera la forma del gobierno (…) hay días en que
gobierna la razón y días en que gobierna la pasión» Foustel de
Coulanges.
Lamentablemente la política nacional navega desde hace largos y
tristes años en las aguas de la pasión, deteriorando rápidamente la
calidad de nuestra democracia, que desde sus instituciones se
muestra en atroz impotencia en solucionar los problemas cotidianos
de los ciudadanos.
No es que como ciudadanos estemos exentos de responsabilidad de
nuestros males, en la medida que el celo de los ciudadanos en la
democracia cede la democracia tiende a corromperse, dejan de verse
auténticos gobiernos en el poder, sino facciones, donde el funcionario deja de ejercer su autoridad en provecho de la paz y la ley, sino que la ejerce en provecho de los intereses y codicias de un partido.
Se avecinan elecciones legislativas, en vistas de la profunda crisis que atravesamos de la cual el empobrecido debate público –lleno de
epítetos vulgares, sentencias y slogans vacíos de contenido pero
plenos de abyectas invectivas– es una muestra cabal, se impone el
menester desafiante de reflexionar e informarse bien, pues hoy como siempre, un fracaso de la patria significa para cada ciudadano una disminución de su dignidad personal, de su seguridad individual y de su riqueza. Abstraerse de las pasiones ha sido siempre una tarea por demás ardua, mucho más aún cuando los medios de comunicación también transitan la senda del desprestigio y degradación olvidando tanto su deber de informar como de cuidar la «palabra». Por nuestro bien, estas circunstancias deben llevarnos a reforzar el compromiso cívico, no caer en el desencanto ni la indiferencia, más por el contrario involucrarse más y mejor, pues a fin de cuentas los políticos y funcionarios que tenemos son los que hemos sabido darnos. Guardo la íntima convicción que podemos procurarnos mejores.