
Su muerte el 8 de febrero de 2012 fue un baño
interminable de tristeza; compositor y poeta, una
estela que alumbra a la música popular argentina.
Publicó su primer libro él mismo junto a sus
compañeros de Almendra, y algunos amigos
historiadores e ilustradores, en un año tan
temprano y previrtual como 1971; libros y
memorias de Luis Alberto Spinetta,
entre ellos los que hablan de un disco puntual
(Tigres en la lluvia, La Aventura de Invisible en
el jardín de los presentes, Martín Graziano), quienes
analizan letras de alguno de sus grupos
(Almendra, Nadja), los iconoclastas (Los libros
de la buena memoria), los que ensayan sobre su
poesía (Iniciado del alba, Sandra Gasparini). Los
que abordan el personaje superando la mera
biografía (Una vida hermosa, Miguel Grinberg),
los que recortan la vida en un show, como El
concierto del aire, trabajo de Miguel Dente y
Lucas Fernández, sobre las Bandas Eternas, los
que ubican a Luis en el orden de lo mitológico
(Spinetta, mito y mitología, Mara Favoretto), los
que lo miran a través de otros (Luisito, Jorge Kasparian),
los que lo biografían con él presente
(Crónica e iluminaciones, Eduardo Berti), los que
insisten con el modo presencial, pero haciendo
base en canciones temporalmente aleatorias, ¡Y
hasta una biblia spinetteana hecha de tela!,
también de Kasparian.
Hay un puntal de evocaciones para resolver,
aunque sea en parte, la carencia inicial;
discos, canciones y conciertos, eternas, inmortales
canciones, recurrentes en su ontología para no
perder la brújula vital.
También está lo que dicen los otros de él, los que
lo convivieron y conocieron, los que tocan lo que
él tocaba, los homenajes, las fotos, los audios, su
familia. Está todo como para extrañarlo lo menos
posible, pero se extraña, igual se extraña.
El Flaco está en todos lados, profundamente
tallado en las almas de quienes amaron, aman y
amarán su ser y su música, pero se extrañan los
conciertos; algo de todos se murió cuando cada
quien cayó en la cuenta de que ya jamás iba a
verlo en vivo en un escenario, mostrando sus
nuevas y sorprendentes piezas, diciendo esos
ocurrentes chistes, presentando inspirados músicos,
músicas.
Bendito aquel, bendita aquella, que también lo
haya escuchado cantar temas perdidos como
“Mosca muerta” o “Chocolate”, en la legendaria
presentación del Teatro del Globo, en abril de
1969. O en las apoteósicas presentaciones de
Artaud, en el Astral. O la versión de “Parvas” que
enloqueció a riojanas y riojanos en el teatro
Suseex, durante la primera parada de la gira de
Almendra, en 1980, arriba de un Mercedes 1114,
cuando casi ningún grupo de rock se había llegado
hasta allí y el Luna de Invisible de agosto de
1976.
Después los recuerdos subjetivos, personalísimos;
el del día antes que se anoticiara su enfermedad
o el del mismísimo 8 de febrero cuando se
fue, nadie quisiera recordar qué estaba haciendo
ese día, pero es imposible.
12 discos para celebrar a Spinetta, sus notas es
otro buen ejercicio para matizar ese reflejo pertinaz
del último día, leerlo imaginando su voz,
seguir sus huellas surrealistas, divinas, metafísicas
traducidas en aforismos. “Los poetas no son
poetas de media hora, los poetas son los poetas de
toda la vida. Y los poetas de toda la vida han
tenido que transitar por caminos jodidos y por
caminos hermosos. Han ido por lecho de brasas y
por lecho de flores” (algún día del verano de
1977); “Yo no sé realmente qué queda por transgredir
que ya no haya sido transgredido; es un
aspecto de la revolución que está preocupando a
las revolucionarios.” (diciembre de 1988, revista
Crisis); “Somos la madre de un preso que es la
Argentina, y lo queremos pero lo odiamos,
porque nos hace pasar una vida del culo y, sin
embargo, es una tierra maravillosa y sabemos que
tiene gente recontra inteligente. Que hay talento y
miles de riquezas…”
Algunas palabras del Flaco para leer recordando
su voz