
Como sostiene Maximiliano Fuentes Cordera (Buenos Aires, 1976),
autor de «Ellos, los fascistas. La banalización del fascismo y la crisis de
la democracia» – Centro de Libros PAPF, SLU., 2022, “si todo es
fascismo se quita valor a lo que de verdad lo es. Si todo es
fascismo, nada lo es y ahí está la banalización».
En nuestra actualidad es común leer acusaciones de «fascista» o
«facho» al gobierno de Javier Milei a efectos de desacreditarlo por la
reminiscencia a los horrores del régimen instaurado por Benito
Mussolini. Pero no es el único caso a lo largo de nuestra historia, el
listado de políticos acusados de “fascistas».
Esta práctica se remonta en la política argentina a la recién instaurada
Revolución de Junio de 1943, que derrocó al último gobierno de la
Década Infame. Tanto del lado de los pro-aliados como de los pro-
soviéticos consideraban que no faltaban elementos para tal
acusación: desde la férrea neutralidad Argentina durante la SGM
hasta las simpatías expresadas por algunos dirigentes de la
Revolución hacia el nazismo o el fascismo. Desde luego, estas
infamias continúan hasta el día de hoy incluso desde ciertos círculos
intelectuales se insiste en la asociación entre Peronismo y Fascismo.
El término «fascista» que en su momento designaba una realidad muy
concreta de la Europa de entreguerras, hoy se usa como un epíteto
para descalificativo de forma muy laxa y sin ningún tipo de rigor para
desacreditar a un adversario político. Pero el fascismo sí existió y en
consecuencia hay que hacer un esfuerzo para despojarlo de la
banalización en la que se incurre con tanta frecuencia porque no es
inocente la asociación: es un intento descarado por silenciar a
cualquier oponente incómodo, al que si se lo deja avanzar puede
buscar instrumentarse en una «Ley contra el fascismo, neofascismo y
expresiones similares» como la que aprobase hace poco Venezuela,
con tipos penales abiertos, ambiguos que permiten multar, enviar a
prisión, inhabilitar a cualquier opositor, así como la prohibición de
manifestarse, organizarse e incluso acallar medios opositores.
¿Es esta banalización del fascismo un invento argentino? Desde luego
que no, el vaciamiento del concepto fascista fue iniciado por Stalin.
Buscando erigirse como uno de los salvadores del mundo libre tras la
SGM encontró provechoso descalificar de fascistas a críticos y
disidentes del poder soviético.
Recientemente se organizó en nuestro país una «marcha antifascista»
frente a un gobierno que goza de legitimidad de origen, fue electo en
elecciones limpias y transparentes, y de ejercicio, cualquier encuesta
de opinión muestra que conserva el apoyo de sus votantes. Pero,
mientras crece el antifascismo retórico, la democracia argentina sufre
una gran crisis de representación. Una crisis que no es nueva, ni
tampoco es la primera, pero que conocemos por nuestra historia en
lo que puede derivar si no se la encausa por vías institucionales.
También, en la nota «Perón, el fascismo y el corporativismo moderno»
publicada en este medio el día 6 de enero, se da con cierta
ambigüedad la vieja asociación y acusación al peronismo de fascista.
Se hace eje en la Doctrina Social de la Iglesia, en la que el peronismo
abreva como fuente o antecedente de su doctrina, se hace una breve
mención del intento «corporativista» de Uriburu y luego se afirma que
el «corporativismo se consume (sic) con la llegada de Juan Domingo
Perón».
Tempranamente e incluso antes de su primer presidencia, en las
postrimerías de 1944, Perón –vicepresidente- decía: «¿Por qué el
gobierno argentino no es fascista? Tal ideario político, u otro de igual
naturaleza, comporta necesariamente el propósito de crear un Estado
absoluto en lo político, moral, racial o económico. Es decir, ‘un Estado
absoluto frente al cual el individuo sería relativo’. El Gobierno
Argentino, por el contrario, tiene fe en las instituciones democráticas
del país porque ellas son la resultante de su proceso histórico, y
porque nacen y se apoyan en la participación de todos los ciudadanos
‘en la soberanía del Estado’». Jauretche con claridad meridiana
sostenía en sus «Zonceras» que «Es precisamente lo racial o lo irracial
lo que impide que pueda existir eso que llaman nipo-nazi-fasci-
falanjo-peronismo, en un país donde después de mezclar todo no han
quedado más que dos razas: los blancos y los cabecitas negras, como
afirman nuestros antirracistas … La intelligentzia argentina se pasó
desde 1943 hasta 1955 manejando este trabasesos».
Repasemos para establecer las diferencias claras lo que sucedió en
Italia. A poco de arribado al poder, Mussolini fue investido con plenos
poderes con el fin de re-establecer el orden pudiendo gobernar por
decreto, se institucionalizaron fuerzas para-militares (los camisas
negras), se modificó la ley electoral (1923) para que cuando un partido
ganase las elecciones con más del 25% de votos, obtenía
automáticamente dos tercios del parlamento y solo el tercio restante
era repartido proporcionalmente entre los restantes partidos. De
todas formas esta «democracia limitada» duró poco, en el bienio
1925-1926 fueron disueltos todos los partidos políticos y los
sindicatos no fascistas, se eliminó toda libertad de prensa, de reunión
y de expresión, se prohibió también el derecho a huelga. En cuento a
la política exterior fue irredentista y racista, se procuró la expansión
territorial de Italia y el racismo entre otras cosas se concretó en el
impedimento del libre asiento de personas de «raza negra» en la
metrópoli, exigiendo especialmente que los italianos vinculados a
«súbditos coloniales» no se asentaran en Italia con ellos, además se
prohibieron los enlaces matrimoniales entre «italianos» y «judíos»,
limitándose a estos últimos el acceso a la educación, al empleo y a la
ciudadanía. También fue abiertamente «misógino», las primeras
normas laborales de la Italia fascista tuvieron como objetivo que las
mujeres se consagrasen al hogar y al cuidado de los hijos, limitando la
presencia de las mujeres en el mercado laboral, acompañado de
despidos de mujeres que trabajaban para el Estado y se estipuló que
aquellas que trabajaban en el ámbito privado recibiesen un salario
menor del de sus colegas varones, de más está decir que el fascismo
se opuso al sufragio femenino y no fue hasta después de la muerte
del dictador que las italianas pudieron votar.
Resultaría por demás de temerario y falaz acusar a Lisandro de la
Torre de «facista» por su vinculación con Uriburu, aún cuando este
último asistió a la convención en que se fundó el Partido Demócrata
Progresista. Del mismo modo que no tiene asidero la vinculación de
Uriburu con Perón y consecuentemente es falaz la asociación de
Perón con el fascismo que surge de las falsas premisas utilizadas.
Perón llegó al poder en elecciones limpias, batiendo a la fórmula
Tamborini-Mosca. Radicales ambos pero candidatos de una
extrañísima alianza gestada por el Demócrata Spruille Braden que
como partidario de la «política del garrote» no tuvo pruritos en
interferir en asuntos internos de nuestro país mientras oficiaba de
Embajador de EE.UU. En la Unión Democrática confluyeron la Unión
Cívica Radical, el Partido Demócrata Progresita (fundado por De La
Torre), el Partido Socialista y el Partido Comunista Argentino. Sí, los
dos rivales de la Guerra Fría que mantuvieron en vilo al mundo hasta
1991, extrañamente en Argentina confluyeron en una alianza
electoral ¿será por eso de que el mundo es redondo y al final los
extremos se juntan? Mientras Mussolini en su tiempo enviaba a sus
«camisas negras» a amedrentar a los electores para ganar las
elecciones, en nuestro país Perón por radio pedía a los peones que
saltaran los alambrados si es que les cerraban las tranqueras para
que no fuesen a votar. Y es que los intentos de boicotear las
elecciones partían de la UD: el Partido Demócrata Progresista y el
Partido Comunista habían preparado un golpe de Estado conducido
por el Coronel Suárez que no prosperó sólo porque la UCR estaba tan
segura del triunfo que no lo consideró necesario. También, tras la
publicación del «Libro Azul» del embajador estadounidense, la UD
apoyó la ocupación militar de nuestro país por EE.UU. y la
inhabilitación de Perón como candidato.
Ya en el poder, Perón no buscó la suma del poder público ni
facultades extraordinarias. Pudiendo en 1949 modificar a placer la
Constitución Nacional por la retirada de los convencionales
constituyentes de la Unión Cívica Radical, no modificó las instituciones
de la República, el Congreso no fue suplantado por un «Gran Consejo
Peronista» que emulase el «Gran Consejo Fascista». Tampoco se
aprovechó la ocasión para instaurar un régimen de Partido Único, en
efecto los únicos dos partidos políticos que resultaron disueltos
durante el «Primer Peronismo Histórico» fueron los que impulsaron la
candidatura de Perón (el Partido Laborista y la UCR Junta Renovadora)
para conformar un único partido oficialista.
Desde luego la relación con la prensa no fue pacífica, Perón ganó las
elecciones con toda la prensa nacional en contra. Sin embargo, más
allá de las rispideces y presiones del peronismo con los medios, La
Nación fue la voz más audible de la prensa opositora por aquellos
años y también se puede apreciar el crecimiento sostenido del Diario
Clarín.
Tampoco hubo racismo en Argentina y si bien se registran episodios
de antisemitismo, no se trató esto de una política de Estado. Muy por
el contrario, como lo refleja Raanan Rein (vicepresidente de la
Universidad de Tel Aviv) en su libro «Los muchachos peronistas
judíos-Editorial Sudamérica 2015» es insostenible la tesis de que
Perón tenía simpatías con el nazismo y antipatías con el judaísmo.
Rein califica a las dos primeras presidencias de Perón como las de
mejores vínculos diplomáticos entre el Estado de Israel y Argentina.
Argumenta en el libro que Perón le abrió las puertas a la Argentina
multicultural de hoy en día, a diferencia de la extrema derecha.
Resalta que el rabino ortodoxo Amram Blum, emigrado a Argentina
desde Siria se transformó en un nexo entre Perón y la colectividad
judía. Y que los nacionalistas católicos en el conflicto del peronismo
con la Iglesia (54-55) a veces se referían a la influencia del judaísmo en
el peronismo. Destaca que pese a la abstención de Argentina en la
votación de la ONU sobre la creación del Estado de Israel, Pablo
Manguel –dirigente de la Organización Israelita Argentina- fue el
primer embajador latinoamericano enviado al naciente Estado y que
la Fundación Eva Perón destinó alimentos, medicinas y frazadas en
cantidad para al pueblo israelí para mitigar las penurias luego de su
creación. El historiador también califica de «mito» y rechaza de plano
la asociación de Peronismo y Fascismo.
El contraste respecto a las mujeres es asimismo manifiesto. Ya desde
la campaña Perón prometió que esa sería la última donde las mujeres
no pudieran votar, y cumplió a poco de llegado a la presidencia
colocándolas en pie de igualdad con los hombres en derechos
políticos (1947). Recordar aquí las posturas de la oposición que
constan en el diario de sesiones de 1947 que entre otras lindezas nos
dejan estas perlas: «¿Acaso sueñan con una mujer presidente de la
nación? ¿Cree usted que una mujer puede estar en un recinto
presidiendo un debate como éste?», «El voto femenino debería ser
optativo», «Como legislador y como médico quiero dejar bien
establecido en esta sesión que el hombre y la mujer no son iguales, yo
me pregunto entonces, para que otorgar igualdad política a dos seres
que no lo son».
Después del derrocamiento de Perón en 1955 fue el Peronismo el que
fue disuelto, los bienes del partido confiscados, sus libros quemados,
sus partidarios fusilados, sus candidatos proscriptos.
Crear asociaciones simplistas entre el «tercerposicionismo», la
«Doctrina Social de la Iglesia», «el Peronismo» y el «fascismo» puede
hacerse brevemente. Aunque la disociación requiera una mayor
extensión, debe hacerse. Cuando la democracia sufre una crisis de
representatividad es menester ser cuidadoso con las palabras y no
banalizar el mal. Es válido y propio de la democracia discrepar, no
comulgar con un partido político, nadie está obligado a ser peronista,
como nadie está obligado a ser partidario de Milei, pero no es válido
el uso indiscriminado de los horrores del «fascismo», porque frente al
autoritarismo los pueblos se reservan el derecho de resistencia,
mientras que en la democracia (y vivimos en democracia) dentro de la
institucionalidad todo, pero fuera de ella nada. Es válido oponerse
políticamente a un gobierno, pero no es ni será válido ejercer la
resistencia a autoridades legítimas, al fin y al cabo siempre tendremos
la oportunidad de «fundar un partido político y ganar las elecciones»
si es que no nos gusta quién gobierna.
Lucas Bonadeo
En respuesta a la nota de Moises Vasquez https://elcensor.com.ar/2025/02/06/peron-el-fascismo-y-el-corporativismo-moderno/