
Nietzsche en Así habló Zaratustra, plantea dos ideas básicas que son repetidas hasta el
hartazgo pero no pensados, la primera de estas ideas es la muerte de Dios, planteando que a partir de ese momento ya no existe el sentido; y, la segunda, es que los hombres a partir de ese momento serían los últimos hombres, pudiéndose pensar que a partir de ese momento no existe más el pensamiento crítico, sino que empieza la época de la repetición de los establecido para entrar en un lugar que nos absorbe llamado sistema.
Estas ideas Max Horkheimer y Theodor Adorno las plantean de manera implícita en La Industria Cultural, en la cual a partir de las formas de trabajo capitalistas, en las cuales el trabajo se automatiza y se vuelve rutinario (y, por que no decirlo, monótono) la cultura se homogeniza, y los medios masivos de comunicación constituyen un sistema en sí mismo, pero a la vez, entre ellos sean un sistema entre ellos.
Para estos autores de la Escuela de Frankfurt las manifestaciones estéticas se encuentran al servicio del sistema capitalista, aunque pueden verse de maneras distintas en los países autoritarios y en los que tienen una suerte de libertad.
Cuando las vanguardias estéticas se encuentran al servicio del sistema capitalista, se
presentan dentro de la lógica comercial, donde pasan a formar parte de las galerías de arte y de los diversos palacios de compra – venta, y donde las alabanzas del avance de la técnica convierten a cada vanguardia en una lata de conserva repetida ad infinitum.
El estar inserto en esta maquinaria de reproducción lo que hace es que el pensamiento
crítico se comience a adormecer y donde las nociones original/duplicado, original/copia, y todas estas nociones que marcan lo que tiene un carácter de unicidad y lo que determina que es una copia comiencen a tornarse difíciles de poder plantearlas frente a la estética que nos enfrentemos.
En el sistema capitalista capaz de estandarizar hasta lo más disruptivo, lo que se muestra como macrocosmos y como microcosmos entran en una unidad y lo convierten en una identidad falsa lo que es universal y lo que es particular. Toda esta cultura que pasa a ser una cultura de masas es idéntica, y lo que es el esqueleto, esos lineamientos básicos se convierten en el esqueleto a repetir, y se convierten en un negocio y comienza la autodefinición como industria.
En este sistema que lo que tiene como función es plantear la estandarización, y mostrar como las vanguardias estéticas son como engendradas como producción en serie, como en una cadena de montaje, y se produce como un producto digerido y absorbido, donde todo lo que se supone como vanguardia estética está inserto en un sistema comercial y conecta ante el público y las vanguardias estéticas, conformando la industria cultural en su máximo esplendor.
Ante la ausencia de pensamiento crítico, las personas poderosas que dirigen los cimientos de la industria cultural, mostrando lo que se constituyen como monopolios culturales, que deben entrar en la lógica de la satisfacción de la esfera de la sociedad de masas.
En esta sociedad de masas, donde el esqueleto de las vanguardias estéticas se realizan todos los productos como mecánicamente diferenciados se revelan como lo mismo, y todas las diferencias son ilusorias, y en este contexto la sociedad se comporta de manera irracional.
En este esquematismo, en donde las personas empiezan a percibir acríticamente lo que supuestamente es transgresor, es novedoso, y, por sobre todas las cosas, está al servicio para despertar las conciencias, se transforma en un comercio, donde los poderosos brindan como mercancía las vanguardias artísticas, y las personas (que tienen anulada su capacidad crítica) se convierten en clientes.
Todo este sistema que impone la industria cultural, está sostenido por una sociedad que lo sostiene, y donde las personas sin capacidad crítica, sin capacidad de analizar lo que se brinda como mercancía, y las personas son consumidores, estos últimos ya no poseen la capacidad de poder clasificar lo que se tiene como producto anticipado dentro del esquematismo de la producción.
La industria cultural en este presupuesto del sinsentido y de la falta de capacidad crítica, se desarrolla dentro de un sistema, que convierte la producción de la vanguardia artística que tiene la posibilidad de volverla tangible y liquidar la idea transgresora que esta contiene. Se genera una totalidad de conformismo que se produce condescendientemente en una totalidad armónica, en el conjunto de una sociedad atravesada por la industria cultural.
Se vislumbra que la industria cultural es al mismo tiempo el todo y la parte, que al anular las capacidades que hacen a las personas que sean capaces de sostener un pensamiento por fuera de la lógica capitalista, es decir, por lo que constituye como un mercado, también logra producir el encuentro de partes atomizadas.
La industria cultural se convierte en un filtro donde la vanguardia que se intente rebelar contra este mecanismo de comercialización y de organización, es digerida, sometido a esta lógica capitalista de la mercancía, a través de la incorporación al sistema.
Las personas deben mantener esa idea del sentido propio elevado, y deben mantener el espíritu crítico para poder cuestionar las diversas mercancías que este sistema impone, es necesario observar críticamente para poder hacer las preguntas y mostrar los defectos ante el confort que rinda la supuesta estabilidad del sistema.
Las personas no deben observar las novedades ofrecidas por la industria cultural, sino
aquellas que transgreden los límites de lo establecido, por que lo ofrecido por la industria cultural se basa en la imitación, generando una barbarie estética que se consolida en la mercantilización de la mimesis.
En el esquematismo que plantea la industria cultural, donde las personas se encuentran como meros consumidores acríticos, donde se comienza a establecer un sistema lingüístico el cual impregna cada rincón, colocándolos en lugar en subalternos, y a través de esta imposición del sistema lingüístico la industria cultural tiene la función civilizatoria que debería tener la democracia.
En la industria cultural las personas que ya no piensan críticamente, y repiten el sistema lingüístico pierden la sensibilidad necesaria para poder observar lo que es novedoso pero por fuera de los límites de la industria cultural.