
Las consecuencias de la inflación en una economía son diversos, incluyen en “negativola” disminución del valor real de la moneda a través del tiempo, el desaliento del ahorro y de la inversión debido a la incertidumbre sobre el valor futuro del dinero, y la escasez de bienes. Los “efectos positivos” incluyen la posibilidad de los bancos centrales de los estados de ajustar las tasas con el propósito de mitigar una recesión y de fomentar la inversión en proyectos de capital no monetarios.
La teoría parece “simple”, pero no lo es tanto cuando se quiere poner en práctica alguna medida para estabilizar la inflación, puesto que hay otro factor no contabilizado económicamente y se llama corrupción. Si vamos al diccionario de los sinónimos es más concreto y lo entenderemos mejor –putrefacción, descomposición, podredumbre, degeneración, fermentación, deshonestidad, depravación, perversión, vicio, envilecimiento, peste, prostitución–. El argentino entre tantas cualidades buenas, tiene una que se carga a todas y es que es “corrupto” desde su fundación, basta con leer la historia y ver que en nuestros genes está la picaresca española, la mafia italiana y la vagueza de los mestizos–que no les bastó con tener sangre mala de uno y otro, que juntaron las dos adquiriendo lo peor formando nuestra amada nación–. Así que… a quejarse a Roma o a pelearse con los toros. Más allá del pasado, tenemos que entender que aún no hay argentinos que defiendan el bienestar común por encima del bienestar personal, es necesaria una toma conciencia –esté el gobierno que esté– hay que dejar de robar y eso empieza en las familias. Todos los días uno se entera de casos donde los nietos roban a los abuelos, los hijos a los padres, los padres a los hijos y los hermanos entre hermanos. Así es imposible frenar la inflación –¿Por qué?– Porque cuando llega el producto a la mesa del consumidor está manchado de sangre. Nos robó el que fue hacer los mandados, quien nos cobra en la caja, el dueño del supermercado, el distribuidor, los intermediarios, etc. Para entender esto basta con comparar el precio de un producto final con el precio de su producción. Vamos a un ejemplo, que creo que todos los tienen más que sabido, pero refresquemos la memoria, el precio promedio de una leche al productor es de 400 pesos y al consumidor –como barata– 1500, o sea tres veces más cara. Todos muerden, todos nos muerden el bolsillo. Hasta que no dejemos de ser corruptos, esto no va a cambiar, ¿Si les gusta el cuento chino? Les recomiendo la película “Un cuento chino”, que debe haber entrado en recesión.