“La ficción no es la vida vivida, sino otra vida, fantaseada con los materiales que aquélla le suministra y sin la cual la vida verdadera sería más sórdida y pobre de lo que es.” (pág. 112).
Esto lo dice Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista, un libro en el que, a modo de ensayo, versa sobre la escritura, sobre la literatura, sobre las novelas, y acerca de cómo ser un escritor. En él, siembra perlas como las que comparto a continuación:
– “Pero, tampoco creo, ahora, lo que en algún momento de mi juventud, (…), llegué a
creer: que la vocación era también una elección, un movimiento libre de la libertad
individual que decidía el futuro de la persona. Aunque creo que la vocación literaria
no es algo fatídico, inscrito en los genes de los futuros escritores, y pese a que estoy
convencido de que la disciplina y la perseverancia pueden en algunos casos producir
el genio, he llegado al convencimiento de que la vocación literaria no se puede
explicar sólo como una libre elección. Ésta, para mí, es indispensable, pero sólo en
una segunda fase, a partir de una primera disposición subjetiva, innata o forjada en la
infancia o primera juventud, a la que aquella elección racional viene a fortalecer, pero
no a fabricar de pies a cabeza.” (pág. 14).
– “La índole de ese cuestionamiento esencial de la realidad real que, a mi juicio, late en
el fondo de toda vocación de escribidor de historias no importa nada. Lo que importa
es que ese rechazo sea tan radical como para alimentar el entusiasmo por esa
operación – tan quijotesca como cargar lanza en ristre contra molinos de viento- que
consiste en reemplazar ilusoriamente el mundo concreto y objetivo de la vida vivida
por el sutil y efímero de la ficción. (…) Se trata de un juego, ¿no es verdad? Y los
juegos no suelen ser peligrosos, siempre y cuando no pretendan desbordar su espacio
propio y enredarse con la vida real.” (págs. 15-16).
– “Creo que sólo quien entra en literatura como se entra en religión, dispuesto a dedicar
a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser
verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda.” (pág. 20).
– “El novelista no elige sus temas; es elegido por ellos.” (pág. 25).
– “Lo cierto es que la ficción es, por definición, una impostura – una realidad que no es
y sin embargo finge serlo – y que toda novela es una mentira que se hace pasar por
verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo
eficaz, por parte del novelista, de unas técnicas de ilusionismo y prestidigitación
semejantes a las de los magos de los circos o teatros. (…) Pero me parece difícil que se
llegue a ser un creador – un transformador de la realidad – si no se escribe alentado y
alimentado desde el propio ser por aquellos fantasmas (demonios) que han hecho de
nosotros, los novelistas, objetores esenciales y reconstructores de la vida en las
ficciones que inventamos. Creo que aceptando esa imposición – escribiendo a partir de
aquello que nos obsesiona y y excita y está visceral, aunque a menudo
misteriosamente integrado a nuestra vida – se escribe “mejor”, con más convicción y
energía, y se está más equipado para emprender ese trabajo apasionante, pero,
asimismo, arduo, con decepciones y angustias, que es la elaboración de una novela.”
(págs. 29-30).
– “Un tema de por sí no es nunca bueno ni malo en literatura. Todos los temas pueden
ser ambas cosas, y ello no depende del tema en sí, sino de aquello en que un tema se
convierte cuando se materializa en una novela a través de una forma, es decir de una
escritura y una estructura narrativas.” (pág. 31).
– “Si las palabras y el orden de una novela son eficientes, adecuados a la historia que
ella pretende hacer persuasiva a los lectores, quiere decir que hay en su texto un ajuste
tan perfecto, una fusión tan cabal del tema, el estilo y los puntos de vista, que el
lector, al leerla, quedará tan sugestionado y absorbido por lo que ella le cuenta que
olvidará por completo la manera como se lo cuenta, y tendrá la sensación de que
aquella novela carece de técnica, de forma, que es la vida misma manifestándose a
través de unos personajes, unos paisajes y unos hechos que le parecen nada menos
que la realidad encarnada, la vida leída. Ése es el gran triunfo de la técnica novelesca:
alcanzar la invisibilidad, ser tan eficaz en la onstrución de la historia a la que ha
dotado de color, dramatismo, sutileza, belleza, sugestión, que ya ningún lector se
percate siquiera de su existencia, pues, ganado por el hechizo de aquella artesanía, no
tiene la sensación de estar leyendo, sino viviendo una ficción que, por un rato al
menos, ha conseguido, en lo que a ese lector concierne, suplantar la vida.” (pág. 92).
–
Vargas Llosa pasa revista a técnicas, a estilo, narrador, datos, nivel de realidad y muchos otros elementos interesantes para quien quiere escribir una novela, pero a los que solo da comprobante de logro quien quiere leerla… Y me resulta interesantísimo que aparezcan palabras y sintagmas como: escribidor de historias, operación, ficción, religión, impostura, poder de persuasión, técnicas de ilusionismo y prestidigitación, magos, creador, transformador, fantasmas, demonios, objetores y reconstructores, hechizo, artesanía…
Nos llevan a la literatura con todo lo que ella tiene de trabajo y, a la vez, de fascinación, encanto, donde hay vocación pero también hay un seguir el propio canto de las sirenas, donde se objetiva un trabajo pero también hay un campo de efectos sobrenaturales que da cuenta de lo que allí se gesta, y sin que esto suceda solo en una novela fantástica. sino en cualquiera.
Hay dedicación; hay fe; hay mano de obra que construye, derrumba, reconstruye, plasma, y, inevitablemente, hay arte, truco, guiño…
Para leer una novela, uno debe entregarse a esa experiencia, dejar que le mientan, que lo conduzcan con los ojos cerrados por lugares ignotos. Uno debe firmar el pacto. Sino, nada sucede y no aparece nunca la paloma blanca ni quedan anudados los pañuelitos de colores que estaban sueltos.
Terminando su libro, Vargas Llosa dice: “(…) a mí lo que me gusta es leer novelas, no
autopsiarlas” (pág. 133). Es algo vivo, bullente, contagioso, radical, caliente, y no un cuerpo frío sobre una mesada. Se escribe desde la vida. Se lee desde ella, también.
Quizá por eso, por otra parte, Vargas Llosa escriba omo escribe… Ya lo traeremos a este espacio nuestro.
Les recomiendo este libro del que hemos hablado. La última página nos regala el mejor consejo para escribir novelas… Fíjense.
Hasta pronto.
Vargas Llosa, M. (2011). Cartas a un joven novelista. Bs. As.: Alfaguara.