–¡Y sí!–Es un grande, lo reconozco. La tarima le queda pequeña. Hay pedazos de artistas que no caben dentro de un escenario, pues lo rompen y su forma de ser trasciende. Estamos hablando de Daniel Barrales, cantante profesional de esta querida ciudad bragadense. Sé que muchos de ustedes lo conocen, han bailado con sus canciones y vibrado con su potente voz, lo que no se imaginan es de dónde lo conozco yo, y por qué me pareció interesante hacerle una entrevista, y mostrarle una parte de él que no imaginan. Si ya estaban enamorados de sus canciones, y habían bailado bajo el ritmo de su buena onda, ahora lo van amar más y, vuestra temperatura corporal, se les va a disparar –tanto– como la que necesita un hierro para doblarse.
Entre sus pasiones, descubrimos que Daniel es la cuarta generación de otro tipo de arte, un arte que en España se valora desde hace siglos, estoy hablando del oficio de herrero, una labor que tiene profundidad, no solo porque son capaces de moldear una hoja de acero y convertirla en un pétalo de rosa, sino que es un arte que implica paciencia y disciplina –igual que el canto–y nos lleva a moldearnos a nosotros mismos. Daniel es ansioso, le gusta la perfección y su autocriticismo lo lleva a confrontarse todos los días con él mismo, quizás es por ello que no se quedará quieto hasta alcanzar la altura de la perfección para su vida.
Me contaba como en su casa paterna hacían las herraduras de caballo, los detalles del doblado del hierro, la hendidura para el hueco donde van los clavos y demás detalles que fue mamando desde la niñez, y que ahora –como todo buen músico maduro, comienza a disfrutar como un tango que entona sus adentros– comienza a sentir el sonido de su alma entre los hierros.
Como les dije, no saben de dónde lo conozco, pero se los voy a decir. Durante mi estadía en España, conducía un programa de radio de cultura general y un día una amiga en común– Marisa, fans de Daniel– me dice tenés que escucharlo, y nos encantó. Lo pusimos en un programa, y luego en otro más, los oyentes empezaron a pedirnos sus canciones, y Daniel se quedo con nosotros, a veces nos acompañó en la lectura de algún poema y otras, sus canciones se hicieron poemas. Porque él es un poema, su sensibilidad, su rimar por la vida, su ser melódico muestra lo que tiene en el corazón para dar. Recuerdo que, ante el dolor que estaba padeciendo un amigo, él nos compartió un poema de su autoría que decía: “Mi madre querida/ abrázame como antes/cuando era un niño y cuando no lo era/ llenabas tristezas, calmabas mis prisas/curabas mis lágrimas, me dabas sonrisas… En la tiranía del espacio y el tiempo, sólo les compartí unos versos de este bello poema, que nos ilustra a un Daniel que tiene empatía, que sabe ponerse en el lugar del otro y sufre por sus amigos.
Pronto lo volveremos a ver en un escenario, entonando una canción melódica, un tango u otra melodía que nos haga bailar en medio de una fiesta, y entonces quizás, nos acordaremos de estás simples líneas, que mostraron al hombre detrás del artista, ese que cuando ama, se apasiona y se entrega.