Como ya lo habrán experimentado, los seres humanos somos una contradicción permanente, cuando queremos negro hacemos blanco y cuando queremos blanco…hacemos cagaL. Lo malo de todo esto, es que muchas veces nos quedamos en esa contradicción -pese a quien le pese-justificando lo injustificable.
Hace algún tiempo atrás, visité una iglesia preciosa de Sevilla, con mi compañero entramos y nos sentamos al fondo a rezar, a orar. La iglesia estaba totalmente vacía y sentimos pena, una sensación de tristeza nos invadió de repente, no pudimos dejar de comentarlo y hablamos de la importancia del evangelio para nuestras vidas. Acto seguido, como un conejo de una galera salió el cura mirándonos airado y totalmente ofendido nos dijo: ¡Es la casa de Dios! Vayan a hablar afuera. No supimos qué hacer, si ponernos a reír o llorar.
Sin ir más lejos, todos los días se puede leer en las redes sociales a proteccionistas hablar del maltrato animal, de lo importante que sería en España suspender las corridas de toro -que a mi entender es una barbaridad que sigan existiendo, aunque luego se coma del toro hasta la cola- la tradición, la cultura de un tiempo atrás no puede anteponerse a la razón contemporánea y al sentido de la vida. El circo romano dio lugar a verdaderas masacres y si bien fue un espectáculo público, una tradición del imperio, tenía que desaparecer porque a medida que se crece en conciencia social, sería contradictorio que hubiese permanecido, como es contradictorio el decir sin hacer.
Tengo una costumbre hace algunos años, leo la biblia casi todos los días y hoy parecía, que las letras saltarán de los renglones -lo que contamina al hombre-. En uno de los libros habla de la importancia de saber distinguir, discernir aquello verdaderamente importante. El contexto nos muestra una discusión entre los escribas y Jesús, donde los escribas le preguntaban a Jesús por qué no se lavaban las manos cuando comen, -no perdamos el hábito, es bueno- pero era el punto de la cuestión no era ese, sino que Jesús quería hacer notar que la tradición estaba siendo más importante. Y les dice: no lo que entra en la boca contamina al hombre, más lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.
Vivimos siendo hipócritas y en un pueblo chico todo se sabe. Los escribas que cuestionaban las acciones de los discípulos obviaron sus propias acciones y las excusaban, se las saltaban de largo o cómo aprendí a decir por aquellos pagos -a la torera- lo peor es que pretendían que los discípulos mantengan una tradición cuando ellos mismos no lo hacían.
Para concluir, quiero poner el énfasis de estas líneas a la siguiente frase, lo que sale de la boca -del corazón sale- y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
Queremos justificar lo injustificable, creamos leyes porque no somos capaces de vivir sin ellas, sin embargo a veces nos ajustamos tanto a lo que nosotros mismos creamos que perdemos el faro de lo cierto. No olvidemos que las tradiciones en cierta forma son pautas de convivencia que se consideran dignas en una sociedad para ser delegadas en las generaciones próximas, y aunque terminen por desaparecer muchas de ellas, otras quedan y hacen mucho ruido.