
De muy chico ya miraste —y viste
el género de fiera que es (que son) el hombre (los hombres).
Contaste que agarraste un pequeño globo
terráqueo (útil escolar —muy útil tuyo).
Y lo cubriste con un manto negro
negro como la peste negro como la injusticia negro como
el desencanto negro como la desdicha negro como el desamor
negro como la mentira. Como la hipocresía como
la guerra como la infamia —de algunos
que tienen mucho y no quieren —hermano
dejar un poquito para el resto. Ni siquiera pa que den un mordisquito.
Negro como las almas de esos que rompían tus discos
que te enviaban mensajes de porquería
que te aborrecían por nada. El odio no tiene razón.
Tenían envidia, mi hermano, de tu talento enorme
porque seguro no de tu nariz.
Ahora juntos con Homero, y con Troilo y con Contursi y con Gardel
que canta, y el Polaco que va diciendo con su voz arenosa
quién sabe ahora convertida en qué extraña cosa
y Juanjo que parece cinco mil guitarras juntas
yo me pregunto en este instante
¿qué clase de tango infame componen en el cielo?
«Me parecía que el mundo debía quedar
así para siempre», dijiste. Y, decime viejo:
¿acaso no lo está? Y, cuando pasan los años
y uno se desayuna con una multitud de
traiciones y perfidias, ¿voy a negarte que es «fiera
venganza la del tiempo»? ¡Cómo te lo voy
a negar, hermano! «Que le hace ver
deshecho, lo que uno amó». Y en tus versos
encontramos todas nuestras miserias juntas.
Esos lugares oscuros, recónditos de nuestras almas.
Van del fondo, salen de los escondrijos
donde están como ratas.
Cada uno de nosotros
las tiene, sabe que las tiene (que está lleno de miserias).
Algunos pueden palearlas con arte
pero para eso hay que tener talento, como el tuyo
¡quién pudiera ser Discépolo!
Y las miserias, y los sufrimientos
y las penas y el desdén sean convertidos
en los más sublimes versos.
Como lo hiciste vos.
Después te asesinaron.
Te hicieron morir de tristeza
hermano.
Quisiste la justicia, esa
que algunos odian —la social.
Y te bastó para llenarte de enemigos
no buscados.
Sí
yo sé que te asesinaron, viejo.
Pero esos infames no podrán borrar jamás
una sola de las verdades grabadas
a fuego con la fragua de tus versos
porque el polvo de la muerte no es digno
de tu poesía.
Y todavía el mundo sigue entero
cubierto en un enorme y negro manto
de sombras.
El Somnifero, Emanuel Bibini , poema 5