
Parte 2 El resurgir, “La Matilde” de Juan Francisco Salaberry de 1904 – 1942
Con la venta de Don Máximo Fernández durante los siguientes 38 años, entre 1904 y
1942, la estancia, que mantuvo su nombre original pasó a ser propiedad de una acaudalada familia, “Los Salaberry”.
Sus nuevos dueños fueron, Juan Francisco Salaberry y doña Matilde Bercetche, principal razón por la que la estancia mantuvo su nombre, quienes supieron construir una de las fortunas aparentemente más sólidas del país, a través de la compra-venta de productos agrícola- ganaderos. Con su intervención a fuerza de inversiones económicas «La Matilde», volvió a ser el pujante emprendimiento tiempos anteriores. La empresa se diversificó y, junto a la tradicional actividad ganadera, se agregaron otras tareas productivas como lo fue una planta de procesamiento de tomate en conserva, “Tomatoy”, varios tambos, un renovado molino harinero, un criadero de aves, carpintería, herrería, un aserradero mecanizado para la venta de leña, carnicería propia, panadería y un vivero inmenso, que proveyó de árboles y demás plantas al resto del país. Alimentado a todo el complejo agro-industrial una usina propia, que lo abastecía de energía eléctrica.
«La Matilde» resurgió, reconvertida y transformada, la estancia incrementó la mano de obra contratada que llegó a tener hacia 1928 unos 250 empleados permanentes, junto a ellos, otras mil almas se habían instalado a la vera de la estación ferroviaria que se levantaba en el seno mismo de la estancia. Ante esa circunstancia, Don Juan decidió lotear esos terrenos dando origen a un asentamiento que, tomó como nombre el apellido del patrón. Surgía así el pueblo de Salaberry. Tal vez el hecho más destacado que «La Matilde» había generado desde su nacimiento.
En el contexto cultural de estos años, las residencias se convirtieron en el mejor y más
grandilocuente ejemplo de poder y riqueza. La vuelta al campo implicó, así, revalorizar lo rural; pero no desde una óptica criolla, autóctona o localista, sino a través de una mirada claramente europeizante, importada del otro lado del Atlántico, donde todos suponían estaba la civilización y el progreso. Como el mate fue suplantado por la ceremonia del té a las cinco, se impuso también la producción de ganado refinado, al amor por los caballos pura sangre y la vida ociosa y distendida del campo, tal como se practicaba en Inglaterra. La búsqueda de este status importado se injertó en la llanura pampeana, adoptando formas con ladrillos, tejas y columnas, convirtiendo las casas en mansiones y palacetes. “La Matilde» bajo los Salaberry también fue parte de este proceso. Son evidentes viendo las fotos que han quedado, los cambios que se
operaron en la propiedad. La casona fue agrandada y embellecida, agregándosele la parte superior. El patio interior que era abierto fue cerrado y convertido,
merced a un hábil diseño arquitectónico, en un gran salón de estar, con una inmensa cúpula central que permitía la iluminación natural de todo el ambiente. El mobiliario era de origen inglés y holandés. Las arañas y la voyserie eran especialmente importadas. (…) También se hermoseó «La Matilde» con una parquización sin precedentes. Se contrató al paisajista francés, de moda por entonces, Carlos Thays (1849-1934), responsable de la remodelación de los más importantes espacios verdes de la ciudad de Buenos Aires y demás provincias del país y muchas propiedades privadas. Para «La Matilde», aparentemente Thays diseñó un parque con un lago artificial, en cuyas márgenes los Salaberry construyeron dos inmensas jaulas, en una
habitaron las aves más exóticas que se pudiera imaginar por entonces y la otra, sirvió como jaula para leones. Amantes del lujo y la belleza, los Salaberry eran propensos a algunas excentricidades como el gran parque diseñado por Thays, la enorme jaula para leones se construyó con las rejas que circundaron la residencia de los Lezica en Buenos Aires. Con ellas se hicieron las jaulas que aún hoy se conservan semicubiertas por la vegetación que inexorablemente avanzan sobre ellas. No sólo leones y aves exóticas hubo, allí. También fue parte de la atracción una osa africana y un oso polar, para el cual tuvieron que instalar especialmente una fábrica de hielo que trabajaba 24 horas diarias produciendo barras en forma constante para mantener al oso en un ambiente medianamente acorde al de su hábitat natural. Osos, leones, pumas, pájaros extraños. Un verdadero y excéntrico zoológico privado.
Con animales extraordinarios ocurren también sucesos extraordinarios, un terrible accidente azotó la paz de la estancia alrededor de 1910, Amalia, hija de empleados de la Estancia, fue decapitada por el zarpazo de una leona. Tras inhumar su cuerpo en inmediaciones de una capilla levantada dentro de la propiedad, los Salaberry se vieron obligados a deshacerse de los peligrosos animales que fueron enviados al zoológico de Buenos Aires quedando solo las inocentes aves exóticas. Aparte de jaulas y animales los Salaberry erigieron una escuela, la N° 2 y una capilla estilo neogótico
Hacia 1934, después de casi treinta años de gastos desmedidos y varias decisiones erróneas, «La Matilde» entró una vez más en crisis. Esta rama de los Salaberry quebró. Sus propiedades fueron embargadas, administradas durante un tiempo por un consorcio de acreedores y finalmente hacia 1942 fue vendida.
Esto pone fin a la segunda etapa de esta historia de la estancia, la que partir de 1942 cambió definitivamente su nombre y de dueños.