
PARTE 1 “La Matilde” de Máximo Fernández de 1872-1904
Estas historias hunden sus raíces en una Argentina que empezaba a organizarse como Estado.
Como país que tomaba forma y empezaba a dirigir su mirada hacia el interior de la Pampa Húmeda. Una época de sacrificios de hombres que, merced a su trabajo y compromiso infatigables, serian «fundadores», idea que tuvo una larga vigencia, época de estancias, historias y familias.
Historias un tanto largas como difíciles ya que se basan en lazos humanos, intereses
económicos y pasiones egoístas, propias de los seres humanos.
Apoyadas en genealogías, que esconden miserias, traiciones y despilfarro. Un pasado
sostenido por «patrones generosos y emprendedores”, en quienes los peones; veían reflejado prosperidad, bienestar y trabajo, historias propias de fines del siglo XIX y principios del XX. De personalidades poderosas, millonarios que tenían sus ojos en Europa y que, merced al poder del dinero, pudieron traer del Viejo Mundo no sólo tradiciones, costumbres y modas, sino también mansiones, palacios, castillos enteros, parques y estatuas, materiales de construcción, mobiliario y estilos, que instalaron en el medio de una pampa, para ellos desértica y salvaje.
Este es el contexto en que nació la historia de esta estancia.
A poco más de 20 kilómetros de la ciudad de Bragado (provincia de Buenos Aires) se levanta una pequeña localidad llamada Salaberry, más conocida por el nombre de su estación ferroviaria, «Máximo Fernández», erigida hacia 1892 y que actualmente es un puesto abandonado y olvidado en medio de la dilatada llanura bonaerense.
Muchos conocemos y hemos pasado por el camino de tierra que atraviesa el pueblo,
sin sospechar que, en ese lugar, hacia 1928, llegaron a vivir, en una organización social cuasi feudal, más de 1270 personas. Las ruinas de sus pocos edificios, carcomidos por el tiempo e invadidos por la vegetación, solitarios y mudos, son un claro ejemplo de cómo la pampa indómita ha vuelto a reclamar como propios los terrenos que el hombre creyó conquistados definitivamente.
La historia de la actual Estancia Montelen se inicia a mediados del siglo XIX cuando un joven empleado del Juzgado de Paz de Cañuelas, contrae matrimonio con la hija de un acaudalado estanciero, quien les regala, como presente de boda, una estancia a la que el joven le dedicaría tiempo y esfuerzo, luego de renunciar al mundo del derecho.
Con ese importante capital inicial y alguna que otra inversión adicional, Máximo Fernández consigue comprar, en 1872, seis leguas cuadradas en una región ideal de la pampa húmeda, cercana a las fronteras con el indio. La bautizó, como era costumbre por entonces, con el nombre de su amada esposa. Así nacía la estancia «La Matilde», un enorme complejo agrícola- ganadero que en muy poco tiempo vio acrecentada su superficie con 4 nuevas leguas, contiguas a la estancia original, 25.000 hectáreas que se convirtieron en el universo privado de Máximo Fernández quien dedicó tiempo, dinero y trabajo hasta convertirlo en una de las propiedades más descollantes que existían al oeste de la ciudad de Buenos Aires. Campos con árboles frutales, tierras dedicadas a la agricultura, miles de cabezas de ganado vacuno, caballos, potreros y mucho esfuerzo inicial dieron resultados y a quince años de haber
levantado todo esto en 1882 vendió toda la hacienda que pastaba en sus tierras y arrendó la propiedad. Ya con dinero en el bolsillo y una suculenta renta mensual, se mudó a Europa con toda la familia. Residió en Barcelona, París, Bruselas y Berna, sucesivamente.
De regreso a la Argentina en 1889, Don Máximo volvió a su estancia, a la que modernizó con vacas lecheras traídas de Suiza y la instalación de una fábrica de quesos y crema.
Nuevamente repobló el campo de hacienda (especialmente ovejas, más de 4000) y se metió de lleno en el mundo de la especulación financiera, adquiriendo acciones de dos bancos muy importantes; el Hipotecario y el Banco Constructor de La Plata.
«La Matilde» así resucitaba. Todo parecía augurar un futuro indefinidamente venturoso. La nueva y moderna maquinaria importada, la carpintería y el molino harinero que la estancia ahora tenía, eran claros símbolos de esa idea de Progreso que latía en el clima de la época.
Nadie esperaba nada malo. El crecimiento, decían, sería infinito y constante. Pero la realidad familiar y los vaivenes de la economía nacional le jugaron a Don Fernández una muy mala pasada, ninguno de sus tres hijos resulto ser el administrador ideal por lo que, en poco tiempo, la cremería y la fábrica de quesos dejó de dar ganancias y quebró. La actividad agrícola-ganadera empezó a dar pérdidas por la sencilla razón de que era siempre más el dinero que salía, que el dinero que entraba.
Los enormes gastos se salieron de cauce. Las erogaciones de dinero se volvieron excesivas. La gran vida y el escaso trabajo a conciencia, empezaron a anunciar una época de vacas flacas. Muy flacas. Por otro lado, la crisis de 1890 sorprendió al propietario de «La Matilde», con un desastre bursátil que convirtió a las acciones, adquiridas al regresar de Europa, en papel pintado, sin valor alguno.
La depresión económica fue el comienzo del fin. Don Máximo se vio obligado a vender 4 leguas para saldar deudas y cubrir los inmensos gastos, que no disminuían. Las cosas no iban bien y, para colmo de males, la estancia se quedó sin el Alma Mater que le había dado su nombre; doña Matilde, se negó a volver a vivir en la Estancia y permaneció en Montevideo. En tanto, Don Máximo, triste en la estancia de Bragado, se jugó su última carta. Para atraer a su esposa, mandó a construir una mansión enorme, de una sola planta, estilo italiano, dotándola de todo lo
necesario para el confort en pleno desierto pese a esto Matilde no regresó. Se negó incluso a volver a la Argentina.
Fernández, finalmente dividió el campo entre sus hijos y vendió todo. Corría el año 1904.
Después se embarcó en el primer vapor trasatlántico que encontró y se marchó a
Barcelona, lejos de los inconvenientes familiares, donde vivió hasta el día de su muerte en 1916, a los 65 años de edad.
De esta manera terminamos con la primera etapa de la historia de la estancia. Pero aún faltaban otras dos. Que son las que, con el correr del tiempo, darían paso a las leyendas y creencias de fantasmas que aun hoy circulan por la zona.