“- ¿Debe acaso morir una doncella
por dejar que su amante desfogase
el deseo en sus brazos amorosos?
¡Maldito sea el que dictó tal ley
y maldito también quien la tolera!
Muerte merece la mujer esquiva,
no la que al fiel amante da la vida.”
Estas palabras las dice Rinaldo, uno de los personajes del Orlando furioso de Ludovico
Ariosto, cuya primera edición es de 1516.
¡Interesante un planteo de este tipo en esa época tan remota!
A lo largo de la obra aparecen mujeres fuertes, mujeres que se le animan a la
adversidad, mujeres que, a veces escondidas en trajes de hombres, batallan y vencen
en
las lides guerreras, mujeres de todo tipo, que aman, que sufren, que luchan, que
buscan
un destino mejor al que se les presenta, pero más interesante me resulta leer esta
reflexión dicha por un personaje masculino.
Poco después, el narrador plantea:
“Todos los animales de la tierra,
los que viven felices y en paz moran
o los que a veces riñen, desconocen
la pelea del macho con la hembra:
la osa acompaña al oso por el bosque,
yace el león feliz con la leona,
la loba va segura con el lobo
y la vaca no teme nunca al toro.
¿Qué peste abominable, qué Megera
ha venido a turbar el alma humana?
Pues marido y mujer continuamente
se discuten con gritos injuriosos,
y se llenan la tez de moretones,
el lecho conyugal con llanto bañan,
y aun a veces no sólo con el llanto,
pues, de ira, con sangre lo han bañado.
Si es malo el hombre que, contra natura
y las leyes de Dios, golpea el rostro
de la bella mujer o simplemente
le quiebra un solo pelo, cuán villano
es aquel tipo que le arranca el alma
con veneno, con soga o con cuchillo:
que sea un ser humano no lo creo,
sino un monstruo infernal de humano aspecto.”
Hoy puede parecernos muy actual y muy alineado con el pensamiento feminista este
texto, pero si uno hace el trabajo de situarlo en su espacio y tiempo propios, esa
correlación se difumina.
Por un lado, por su autor. Por otro, por la obra en sí.
Ludovico Ariosto, nacido en Reggio Emilia en 1474, fue hijo de un comandante luego
trasladado a Ferrara. Ludovico, tuvo una formación humanista y estudió Derecho un
tiempo, prevaleciendo, sin embargo, su vocación literaria, entrando al servicio de un duque, vinculándose con otros humanistas y estudiando filosofía. Al morir su padre,
debió ocupar su lugar y fue nombrado capitán pero, más adelante, pasó al servicio de
un cardenal y obtuvo beneficios eclesiásticos. En 1505 ya estaba componiendo su Orlando furioso, mientras que otras obras suyas venían siendo representadas dramáticamente.
La literatura y los compromisos diplomáticos pugnaban en su ser y se lo dividían, pero
tesoneramente él sostuvo proyectos literarios de enorme magnitud, como aquel que
aquí nombramos. Hizo comedias, sátiras…, pero fue el Orlando su marca identificatoria, su sello de identidad, y de éste realizó varias ediciones, siempre mejoradas. La de 1532 es la tercera y la más extensa. Ludovico, siempre entre misiones y delegaciones, entre nobles y acuerdos, se enfermó ese mismo año y, en 1533 falleció en su casa de Ferrara.
¿Qué es esta obra? Algo descomunal, evolutivo, leudante. Según Ítalo Calvino: “una
inmensa partida de ajedrez que se juega sobre el mapa del mundo, una partida
desmesurada que se ramifica en muchas partidas simultáneas.” Y dentro de ese
paquete inmenso, hay lugar para casi todo: para amores, guerras, hechizos, hazañas, estirpes, desmanes, animales fabulosos, traiciones…, y también para la expresión de sentencias y opiniones, tanto en boca del narrador como de los personajes. Más de una de ellas se refiere a la mujer. Derechos, diferencias, leyes injustas, necesidades que nos dan una semblanza de cómo operaba la opinión general, de qué se esperaba del rol de cada quién, de qué se penalizaba también. Y hasta consejos, como leemos:
“Igual que el cazador sigue a la liebre
con frío, con calor, por la montaña
o la orilla y, cobrada, la desprecia
y sólo la que huye le interesa,
así hacen estos jóvenes, que mientras
sois con ellos muy duras e inflexibles,
os aman y os adoran con el celo
propio del más leal de los galanes;
pero tan pronto puedan ufanarse
de la victoria, habrán de convertiros
en sus esclavas, y ese amor tan falso
os quitarán, e irá para otro lado.
No estoy diciendo (gran error sería)
que no os dejéis amar, pues sin amante
seríais como seca vid sin tronco
en que poder brotar o hallar amparo.”
Es decir, mujeres: ¡déjense amar, cuídense! Y todos: ¡favorezcamos leyes más justas y
revisemos nuestras creencias!
Parece un pensador de estos tiempos. Es un pensador de otros pero, humanista al fin,
se permite bucear en las aguas de lo que nos hace humanos, de lo que nos jerarquiza y
engrandece. Poco importa de qué siglo estemos hablando.
Por eso el Orlando, además de fascinante, es inevitablemente actual.
Nos vemos la próxima.
Ariotto, L. (2005). Orlando furioso, con traducción, introducción, edición y notas de
José María Micó. Madrid: Editorial Espasa Calpe. (las citas son, en orden de aparición,
de páginas: 125, 131, XIV y 315.