
La imagen que podemos hacernos de nuestro Padre, puede estar completamente distorsionada, y eso no importa en lo más mínimo cuando se trata de nuestro afecto, de nuestro amor. Nuestro Padre puede tener mil defectos, puede ser ignorado por la sociedad, puede no ser trascendente para lo que todos llaman importante, puede incluso ser visto como un mal padre por muchos que juzgan e interpretan el “buen padre” de determinada manera. Pero nada de eso importa realmente. Cuando era chico solía pensar que cualquier acción que no contemple mis deseos y mis gustos componía una traición directa por parte de mi padre, que él no alcanzaba a comprender lo importante que eran determinadas cosas para mí. En algunos casos hasta podía sentir que no tenía intenciones de verme feliz, que no le importaba. Nuestro tremendismo cuando somos pequeños, suele dictarnos esas cosas. Pero aun así, aunque en determinados momentos solíamos pensar cosas horribles de nuestro padre, ninguna era tan importante como dañar ese cariño y ese amor que sentíamos por él, y que también hoy sentimos. Porque nuestro padre siempre es el mejor de todos los que existen. Él siempre fue quien hizo cosas por nosotros, las mejores. Él fue quien proporcionó los momentos de mayor felicidad en nuestras vidas, el que más nos defendió, el que hizo todo para que logremos alcanzar cosas en la vida, es quien dejó de vivir para él y empezó a vivir para nosotros.
Nosotros somos especialistas en idealizar a las personas, porque nos enamoramos profundamente de las cosas que sentimos por los demás. Está perfecto que podamos abrazar ese amor que sentimos por nuestro padre, porque al fin y al cabo se lo merece por la simple razón de ser nuestro padre.
No importa si no nuestro padre tiene defectos, porque al final cuanto más lo amamos menos defectos tiene.
Una vez me dijo un amigo, si yo pudiera manejar la vida en general, y con mi mente ordenar todas las cosas, quisiera estar los domingos en la mesa junto a mis viejos, ir a pescar con mi papá después de comer y despreocuparme por completo de todas esas cosas que el mundo moderno me exige para que pueda vivir. Poder confiar plenamente que mi papá disfruta de mi compañía, pero también poder demostrarle siempre a mis hijos la importancia que tienen para mí, y que a veces se hace difícil que puedan verlo, debido a que trabajo todo el día. Quizá no necesitamos hacer tantas cosas para vivir momentos hermosos, quizá es mucho más barato de lo que parece.
Es que quizá el mundo moderno también sea enemigo del padre abrazando a su hijo, de los tiempos entre ellos dos paseando, o de las caminatas entre ambos mientras el padre le explica el mundo a su hijo. Pero aunque todo parezca tan difícil, el hijo puede desearle un feliz día a su padre. No pudimos elegir quien es nuestro padre, pero si podemos elegir que sea el mejor de todos.