
Vivimos inmersos en una suerte de «esquizofrenia colectiva», no porque tal cosa sea posible en términos estrictos, como tampoco lo son la «memoria colectica» o la «conciencia colectiva», atribuciones todas que hacen al individuo, es decir que son individuales (otra cosa es la pertenencia de los pueblos a través de una historia común, todo mientras esta historia sea conocida — al margen de la verdad o falsedad de la construcción de la misma—). Sin perjuicio de esto vuelvo a reiterar el concepto de la
esquizofrenia colectiva por lo siguiente: la cantidad de ideas delirantes que dan vueltas (parece que por todas partes, incluso en altos mandos del Estado) en nuestra sociedad. Podríamos criticar también aquí a los fundamentalistas democráticos que como piensan que todo se arregla votando culpan a quienes votaron a tal o cual gobierno, atentando así mismo contra la santidad que ellos predican sobre el sufragio; pero nos abstendremos. También nos abstendremos de criticar (siempre en dialéctica de ideas)
a quienes se consideran a-políticos, o sea: no políticos. Si consideráramos con Aristóteles que el hombre es un animal político, de faltar lo político solo quedaría lo animal, por eso no lo diremos. Nos abstendremos de casi todo.
Es casi imposible establecer un diálogo con un otro que razone en los mismos términos. Y esa falta de un código común viene de la mano de la llamada «posverdad» —entendida en sentido ideológico—; desde donde hablan quienes aseguran que el hecho de que en los triángulos rectángulos el cuadrado de la hipotenusa sea igual a la suma de los cuadrados de los catetos no es una verdad absoluta —ya que para ellos no existe ninguna—, y habría que establecer los parámetros del teorema en la cultura
griega pitagórica, de la que, por supuesto, nada se practica, mientras el teorema sigue siendo perfecto e irrefutable, negando la premisa de que no existen verdades absolutas: y hay que negarla por falsa. En otro momento podremos hablar del lenguaje, de los eufemismos y las tergiversaciones del mismo, ahora nos abstendremos.
A la vez, pululan estas izquierdas delirantes que establecen extraños parámetros para elegir los sujetos de sus revoluciones y sus luchas; dejando de lado el materialismo histórico y la lucha de clases para extrapolarlos a su antojo; cuando no trastornarlos y convertirlos en cualquier cosa —Marx se arrancaría la barba—. Es decir que con cualquier ideología se puede hacer lo que se quiera. Esto es una impostura. Unos presiden Estados para destruirlos desde dentro, según dicen, y otros se presentan a
elecciones por medios constitucionales para borrar, una vez llegados al poder por el voto popular, todo el sistema que los legitimó, revolución extraña. En eso casi no habría diferencia entre la extrema izquierda argentina y el anarcocapitalismo, podríamos señalarlo, pero nos abstendremos.
El materialismo histórico implica materialismo, eso, por supuesto, no tiene compatibilidad ninguna con la autopercepción; que es una cuestión puramente psicológica. Por eso podemos encontrar grupos de izquierdas que se identifican como defensores de los derechos de las mujeres y de las personas LGTB, pero a su vez no tienen ningún problema en levantar la bandera del islamismo radical de Hamás
—pocos regímenes se pueden encontrar en la actualidad más misóginos y homofóbicos, pero no solo de discurso, sino en acción. Y estoy hablando de que matan a las mujeres y a los homosexuales por cuestiones estrictamente tribales y religiosas—.
Por eso en Occidente a la mujer se le cree, pero a la mujer israelí, aun cuando las pruebas sobraren, desde Occidente no se le creerá: ya se decidió que Israel es el malo siempre —porque para estas posturas su mera existencia es mala y agresiva—, y por eso merece cualquier acto considerado de resistencia —incluida la violación sistemática de mujeres, el secuestro de civiles y el asesinato masivo de mujeres y niños de manera deliberada—. La judeofobia en las izquierdas actuales tiene un papel
importantísimo que no podemos tratar en este breve escrito, pero tampoco dejamos de mencionar. Una pregunta pertinente para estas feministas que no creen que sea cierto que las mujeres israelíes sean violadas y asesinadas por terroristas palestinos sería la siguiente: en caso de que las mismas mujeres denunciaran ser violadas o fueran asesinadas por hombres israelíes ¿sí se les cree o se las considera víctimas?, es probable que sin basilar respondan que sí. Porque aunque conciban que los judíos son
muy muy malos, entre el hombre judío y la mujer judía se le creerá a la mujer, pero se da otro salto lógico de difícil demostración: entre el hombre musulmán arabepalestino islamista homofóbico misógino y golpeador y la mujer judía israelí se le creerá al primero, porque es el oprimido. Aunque viole, secuestre y mate. Y es el débil, aunque mate mujeres y niños. Con todo este párrafo inténtese algún silogismo y no se encontrará: a menos que lleguemos a la conclusión de que solo algunas mujeres
merecen ser defendidas por ellas. «No nos callamos más»; dicen, y es cierto, pero incompleto: «no nos callamos más excepto cuando nos callamos». Podría todo eso decirse, prefiero que nos abstengamos.
Su mentalidad está retorcida. Pero no menos retorcida está la mentalidad de algunos que dicen que el Estado es intrínsecamente malo pero entienden y defienden el derecho de Israel —entiéndase del Estado de Israel— a defenderse. Claro, los israelíes pagan impuestos para tener el ejército y los sistemas de defensa aérea que tienen: imaginémonos una invasión de un país vecino (por ejemplo Chile) mientras esperamos que la mano invisible del Mercado saque los tanques de guerra y nos defienda, o que se activen los sistemas de defensa aérea que el Mercado, en su bondad, proveerá — búsquese la diferencia entre esto y el psicologismo exacerbado del posmodernismo—. Un escenario ridículo, porque en última instancia incluso el Mercado se defiende con las armas; y estas armas suelen ser del Estado; diríamos si quisiéramos molestar, pero abstenernos es lo mejor. En un extremo, algunos creen que todo se soluciona desde el Estado (siempre y cuando en el Estado estén ellos), mientras se enriquecen y le dan las migajas al pueblo, del otro extremo están los que dicen que el Estado no debería existir —mientras son funcionarios con salarios del Estado— (como si alguna empresa invertiría en un país sin garantía jurídica ninguna, y como si el ordenamiento jurídico no fuera algo inherente a todo Estado, incluso a sociedades pre-estatales). Ninguno de los dos extremos parece racional. Como dijo el filósofo ateo Gustavo bueno: «¡Dios salve a la razón!». También nos abstendremos de citarlo.
Excelente como siempre Emanuel!! Se podrá decir de otra forma pero no mas claro.. Gracias a El Censor por esta publicación y seguir trabajando por la libertad de expresión..