“(…) por seis razones aquella ley debe ser conservada. La primera, porque mejor aciertan los honbres en las cosas agenas que en las suyas propias, porque el corazón de cuyo es el caso no puede estar sin ira o cobdicia o afición o deseo o otras cosas semejantes, para determinar como deve. La segunda, porque platicadas las cosas siempre quedan en lo cierto. La tercera, porque si aciertan los que aconsejan, aunque ellos dan el voto, del aconsejado es la gloria. La cuarta, por lo que se sigue del contrario, que si por ageno seso se yerra en el negocio, el que pide el parecer queda sin cargo, y quien ge lo da no sin culpa. La quinta, porque el buen consejo muchas veces asegura las cosas dudosas. La sesta, porque no dexa tan aína caer la mala fortuna y sienpre en las adversidades pone esperanÇa. Por cierto, señor, turbio y cierto consejo puede ninguno dar a sí mismo siendo ocupado de saña o pasión y por esto no nos culpes si en la fuerÇa de tu ira te venimos a enojar, que más queremos que airado nos reprehendas porque te dimos enojo, que no que arrepentido nos condenes porque no te dimos consejo”
El extracto de Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, cuya primera edición conocida es la de Sevilla en 1492, corresponde a lo que el cardenal dice al rey en ocasión de querer ayudarlo a tomar la mejor decisión posible. El contexto lo amerita: la hija del rey ha sido juzgada réproba en sus conductas y el rey la ha condenado a muerte sin detenerse a pensar demasiado.
Aun estando escritas en un castellano que se nos muestra antiguo y difícil al principio de aprehender, las palabras nos van transportando para no perder el mensaje. Y el mensaje, aunque en este caso se juega entre determinados personajes de una ficción sentimental, desde una aproximación genérica, y a pesar de que tiene su sentido inserto en la trama de esa historia, incluso habiendo ya pasado más de quinientos años desde aquella edición (el 1492 del descubrimiento de América), y aunque, por otro lado, el cartearse con un joven o entablar algún diálogo con él no llevan hoy, en nuestras geografías al menos, a la mujer a la muerte ni a la condena social, entiendo que la referencia al consejo sigue siendo mayormente adecuada. Porque lo que el cardenal intenta decirle al rey es que los consejos ayudan, guían, salvan, y que en ellos, todo es ventajoso.
Ésta es una lección de vida que, seguramente, hemos experimentado.
¿Quién no sabe que el enojo, la ira y otras emociones traban muchas veces el hecho de llegar a una buena decisión o a decir las palabras correctas? Tomar una decisión desde el enojo es hacer que sea la parte más primitiva de nuestro cerebro la que decide, y en muchos casos es sembrar nuevos conflictos. Y a la vez, si bien las cosas platicadas no siempre se puede aseverar que quedan en lo cierto, sí lo es que, el hablarlas, suele aliviar, dar nuevas perspectivas de análisis, ayudar a sopesar aspectos suyos y, en especial, aliviar la carga emocional al compartirla. No hay que olvidar tampoco que esto forma parte, en muchos casos, de un trabajo psicoterapéutico.
También es verdad que el mérito favorable es de quien recibe el consejo si la acción resulta adecuada, aunque discuto lo que parece su contrario ya que, sea cual sea el consejo, la responsabilidad es siempre de quien, tomándolo o no, actúa. Quizá en esa época, las cosas no eran así; quizá los gobernantes se aseguraban de liquidar al mal aconsejador y quedaban ellos libres de culpa y cargo…
Siguiendo con nuestro análisis del habla del cardenal, eso de que el buen consejo muchas veces asegura lo dudoso, me parece un buen argumento. Hablar con otro, con un interlocutor valioso y valorado, ya es poner por fuera de la mente de uno algo a resolver y a compartir; ya es objetivarlo, y en ese proceso es frecuente que se evidencien luces y sombras que no se veían en primera instancia. Y finalmente está eso de que la mala fortuna no caería tan pronto y se pondría esperanza.
¿Acaso no nos ha pasado más de una vez sentir que un problema es irresoluble, que no hay nada que hacer con él, que ya lo miramos desde todo ángulo posible… y luego, al compartirlo con alguien elegido, al recibir un consejo, al separarnos de ese “uno-que-piensa-trabado-en sí-mismo”, tener otra impresión de lo mismo? Digo “sentir” en relación con “pensar” porque creo que nuestros pensamientos no son tan racionales como solemos creer y que lo emocional y nuestro modo de leer la realidad, los condiciona bastante.
Y volviendo a la palabra “consejo”, es oportuno observar cuatro acepciones suyas, a saber:
- Opinión que se expresa para orientar una actuación de una determinada manera.
- Órgano colegiado con la función de asesorar, de administrar o de dirigir una entidad.
- Reunión de los miembros de un consejo.
- Órgano superior de gobierno que asistía al rey en la administración del reino y la justicia, y que tomaba el nombre del territorio o la materia de su competencia.
Veamos con cierta atención los verbos de estos significados: “expresar”, “orientar”, “asesorar”, “administrar”, “dirigir”, “asistir” y “tomar”. En su mayoría aluden a esa intención de acompañar a pensar y a lograr un buen resultado de algo.
Sabemos que no todo consejo se da con buena intención, y que en muchos casos lo dicho obedece a intereses personales, pero no estoy hablando de ese consejo. Estoy refiriéndome al que permite hacer una pausa y volver a mirar, a mirar con otro que es un mirar distinto.
Incluso diría que no siempre es el consejo, la sugerencia o la opinión propiamente dichos los que valen tanto sino, en realidad, que el espacio del ser aconsejado implica la escucha y, tal vez, un deponer algunas emociones contrarias al buen término de esa situación. Es el caso de la frustración, del enojo, de la rabia, de la envidia… No sé ustedes, pero yo los tengo y me consuelo descubriendo que son patrimonio de la humanidad, en toda época, y así es como los encuentro en tanta literatura. De hecho, en Cárcel de amor, y en tantos otros textos, se insiste en que la decisión no la tomen la ira, el enojo ni la imprudencia.
Mejor ser bien aconsejado. Mejor saber aconsejar. ¡Se moleste quien se moleste!
Pienso que ese es un muy buen consejo.
Pienso que la literatura siempre tiene algo con que deleitarnos, hacernos pensar y descubrir nuestra América, tierras que desconocíamos que pudieran existir, en especial adentro nuestro.
Mi consejo: recurrir siempre a ella.
Hasta la próxima.
Cita: -de San Pedro, D. (1971). Obras completas II. Cárcel de amor. Madrid: Castalia, p. 130.
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